Tres amigas…tres deseos secretos…tres oportunidades para hacerlos realidad.
Son tres amigas inseparables que se deleitan compartiendo sus aventuras y secretos.
Pero su última apuesta será la más arriesgada de todas: cada una debe acostarse con cualquier hombre que las otras dos escojan para ella… y luego relatar todos y cada uno de los jugosos detalles.
Adaptación de Krizia
Capítulo 1
—Salga
del coche y separe las piernas.
Rose
estuvo un rato dando golpes en el volante de cuero, con las uñas recién
arregladas, y mirando al frente mientras contaba despacio hasta diez antes de
mirar por la ventanilla y darse por enterada de la presencia de Emmett McCarty.
De ninguna manera iba a obedecer su ridícula orden. Ya era bastante malo que la
hubiera detenido en aquel camino desierto, con las sirenas ululando, cuando ya
iba con retraso para comer con Bella y Alice, pero, ¿decirle que saliera del coche
y separara las piernas como si fuera una vulgar delincuente?
Que
le besara el culo.
No,
espera. Probablemente aquello le encantaría, y Rose no estaba dispuesta a hacer
nada con lo que Emmett pudiera disfrutar.
—Piérdete,
Emmett. Llego tarde a una cita.
Por
el rabillo del ojo vio que las Ray-Ban se le deslizaban lentamente por la
nariz, larga y recta, revelando la expresión de sus acerados ojos grises y la
firmeza de sus labios perfectos.
No
iba a dejar que la afectara. ¡Por mucho que sus condenados pezones se
endurecieran, no iba a dejar que la afectara!
—Puede
que interpretara mal el sonido de la sirena que lleva sonando detrás de su culo
desde hace tres millas, señorita Hale. Significa, que se detenga en la cuneta y
salga del maldito coche. Ahora. Señorita Hale.
Conocía
a Emmett McCarty desde la escuela primaria, mucho antes de que se convirtiera
en el sheriff de Forks, y sólo la llamaba señorita Hale cuando quería sacarla
de quicio.
Aquello
daba resultado. Estaba verdaderamente enfadada. Se quitó las gafas de sol y lo miró,
negándose a desabrocharse el cinturón de seguridad.
—Mándame
la multa. Ya conoces mi dirección.
Él
se inclinó y apoyó sus musculosos y bronceados antebrazos en la puerta.
—Sal
del condenado coche ahora mismo, Rose, o tendré que sacarte. Y si tengo que
hacer eso, te voy a cachear, desnuda, aquí mismo, en la carretera.
—No
te atreverías.
—Ponme
a prueba.
Con
un suspiro de fastidio, apretó el botón que liberaba el cinturón de seguridad y
luego abrió la puerta bruscamente, con la esperanza de darle de paso un golpe a
Emmett en el culo. Pero él se apartó sin problemas y esperó a que saliera del
Mercedes. Ella cerró con fuerza la puerta del coche y se cruzó de brazos.
—
¿Qué demonios pasa? —preguntó, dando golpecitos con el pie en la grava.
No
podía verle los ojos a través del espejo de las gafas de sol, pero su sonrisa
burlona le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Ibas
con exceso de velocidad.
—No.
—Ir
a ochenta y cinco en una zona con un límite de sesenta es ir con exceso de
velocidad, Rose.
—Bueno,
pues ponme una multa y deja que me largue.
—Voy
a tener que ver tu permiso de conducir y comprobar el seguro.
—
¡Por el amor de Dios! Te sabes mis datos de memoria. —Él lo sabía todo acerca
de ella, incluyendo su dirección y el número del permiso de conducir. Se
conocían de toda la vida.
Llevaban
peleándose desde el instituto. Ella conocía a Emmett McCarty mejor que a
cualquier otro hombre. Era el hombre más irritante que había conocido en su
vida. Metió la mano por la ventanilla abierta del coche, sacó el bolso y buscó
la identificación.
—
¿Llevas una pistola en el bolso, Rose?
—Sabes
perfectamente que sí.
—Deja
el bolso, date la vuelta y apoya las manos en el techo del coche.
Ella
levantó una ceja.
—
¿Lo dices en serio?
—Haz
lo que te digo. Ya.
—Emmett,
sabes muy bien que tengo una…
—
¡Hazlo!
Estaba
de un humor de perros y en condiciones normales ella se resistiría, pero hoy
parecía estar jugando a los policías y si se quedaba allí, discutiendo con él,
no iba a llegar a la comida. Se trataba de un juego. Ya lo habían jugado antes.
Si le dejaba salirse con la suya, y que la molestara un poco, podría continuar
su camino. Se dio la vuelta y apoyó las manos en el techo del coche.
—Separa
las piernas.
Eso
era exactamente lo mismo que le había dicho al pararla. Sólo que entonces ella
pensó que estaba bromeando.
—Por
Dios Emmett, esto no es divertido.
—Voy
a tener que cachearte para ver si escondes algo.
Ella
lo fulminó con la mirada.
—
¿Te has fijado en lo que llevo puesto? Es muy difícil esconder algo. —Con el
calor del verano lo único que soportaba llevar era una falda corta de seda y un
top. De no haber quedado a tomar unas copas con Bella y con Alice, ni siquiera
llevaría sujetador.
—Date
la vuelta, mirando hacia el coche.
Le
separó las piernas con el pie y se puso a su espalda, obligándola a pegarse al
coche con la proximidad de su cuerpo. Ella aspiró el olor especiado que
desprendía, cuyo poder se veía incrementado por el calor de la tarde. ¿Qué
tenía aquel hombre que la enfurecía y la excitaba tanto a la vez?
—Voy
a dar parte de ti a tus superiores —protestó ella.
—Hazlo.
Empezó
por sus muñecas, le pasó las manos por los brazos desnudos y por los hombros, y
luego, empezó a bajar. No tenía por qué tocarla allí, maldición. Se le puso la
piel de gallina cuando le rozó con los dedos la parte superior del pecho.
—Ten
cuidado —le advirtió.
—Oh,
estoy teniendo mucho cuidado.
Le
tanteó los pechos. El simple sujetador de seda no bastaba para esconder el endurecimiento
creciente de sus traidores pezones, ni la impaciencia con que se hinchaban los pechos
en sus manos.
—
¡Eso no es cachearme!
—Sólo
me aseguro de que no lleves nada oculto en el sostén.
—Sí
que lo llevo. Mis pechos. ¡Ahora déjalos en paz!
Su
aliento caliente chocó contra su nuca, sin aliviar en absoluto el sudor.
—No
parecen querer que los deje en paz. —Para demostrarlo, le pasó los pulgares por
los pezones. Ella contuvo el gemido que estaba deseando escapar de su garganta.
¡Dios, ese hombre tenía unas manos portentosas! Y llevaban sin tocarla desde…
hacía demasiado tiempo. Le palpitó el clítoris, se le humedeció el sexo y las
bragas se le pegaron a la piel.
Deseaba
sexo.
Pero
no deseaba a Emmett. ¡No señor!
—
¿Has terminado ya? —preguntó, apretando los dientes.
—No
del todo.
Pensaba
hacérselo pagar de alguna manera, por obligarla a hacer caso omiso de las necesidades
de su cuerpo. Con cualquier otro hombre, a estas alturas ya le habría rodeado
con las piernas y tendría su miembro dentro de ella.
Pero
nunca jamás, se acostaría con Emmett McCarty.
Ni
aunque fuera el último hombre sobre la tierra y ella estuviera desesperadamente
cachonda. Prefería tirarse a un cactus.
Él
abandonó por fin sus pechos y ella respiró, pero entonces sus manos, enormes y calientes,
examinaron rápidamente sus costillas y se deslizaron bajo el top para tocar su
piel desnuda. Dio un respingo.
—
¿Pasa algo?
—Nada.
—Que la condenaran si le daba la satisfacción de saber que la estaba afectando.
Se limitaría a fingir irritación y nada más. Y luego, haría que lo despidieran.
Él
le metió más la rodilla entre las piernas, mientras que sus manos se posaban en
sus caderas. Cuando la atrajo hacia sí, ella ya estaba harta.
—Emmett
—le advirtió.
Pero
su advertencia cayó en oídos sordos. Le levantó la falda y la sentó sobre su
muslo enfundado en los vaqueros; el roce de la tela contra su clítoris
inflamado bastó para hacerla jadear.
—Estás
mojada —susurró él contra su oído.
—Hace
calor. Estoy sudando —mintió ella.
—Gilipolleces.
Te puedo oler. Ese dulce aroma es a sexo, nena, no a sudor.
Imbécil.
Su miembro endurecido le rozó el trasero cuando la asió con fuerza por las caderas.
Ella respiró por la nariz, intentando no jadear. Estaba tan excitada que cada
una de las fibras de su ser le gritaba que se diera la vuelta y le suplicara
que la follara. Justo ahí, en la cuneta.
Y
aquello era exactamente lo que él quería que hiciera. ¡Jamás!
Él
le fue subiendo poco a poco la mano por la pierna, con las yemas de los dedos peligrosamente
cerca de su sexo. Empezó a frotarle la parte interior del muslo, a escasos centímetros
del clítoris. Con sólo moverse un poco podría colocar el pequeño botón
palpitante en su mano. Oh, y él la tomaría allí mismo. Sabía que era capaz de
hacerlo. Unas embestidas y estallaría. Ya estaba condenadamente a punto.
Excitada, dolorida y con el coño vibrando de necesidad.
En
ese momento odió a Emmett McCarty y al excesivo poder que tenía sobre ella.
—Suéltame,
Emmett. Esto ya ha ido más allá de un simple registro.
—Tengo
que revisarte bien el cuerpo, Rose. Estoy buscando la llave.
Ella
tragó en seco.
—
¿Qué llave?
—La
que enciende el fuego en tu interior, Rose. Basta con que digas una palabra y
lo haré.
Sabes
que puedo. Soy el único que puede.
Le
masajeó con los dedos el lugar donde sus bragas se unían al muslo, con el canto
de la mano a menos de un centímetro del clítoris. Los labios hinchados de su
sexo se estremecieron con el contacto.
—Necesitas
que te tome, nena —dijo él, moviendo su miembro endurecido contra ella—. Líbrate
de ese famoso autocontrol Hale y haré que te corras como nunca en tu vida te
has corrido. Permítemelo, Rose.
Ella
se paralizó como si una repentina lluvia helada hubiera empezado a caer en el
atardecer de agosto. Empezó a apartarle la mano.
—Suéltame,
Emmett.
Y
él obedeció. Se apartó de ella al instante y Rose se alisó la falda sin hacer
caso al infierno que ardía en su interior ni al clamoroso orgasmo que había
estado a punto de tener.
El
que nunca iba a tener con Emmett McCarty.
Se
obligó a mostrar un comportamiento tranquilo y desenfadado que no sentía, se
dio la vuelta, se acercó un par de pasos a él, y hundió el dedo en el centro
del ancho pecho masculino.
—Entérate
de esto, Emmett. ¿Quieres ponerme una multa por exceso de velocidad? Perfecto.
¿Quieres
llevarme a la comisaría por poseer una pistola que tengo permiso para tener?
Hazlo.
Pero
nunca —acentuó la palabra nunca con un golpe del dedo—, jamás, vuelvas a ponerme las manos encima.
En
vez de discutir con ella, él cruzó los brazos sobre su musculoso pecho y le
sonrió con aire de suficiencia. ¿Cómo se atrevía a estar tan tranquilo cuando
ella estaba a punto de estallar?
De
no ser por la excitación claramente visible en sus vaqueros, juraría que aquel
hombre era tan frío como el hielo.
—Rose,
cuando estés preparada para perder el control, ya sabes dónde encontrarme.
—Cuando
se anuncien las próximas Olimpiadas de Invierno en el infierno, lo haré.
Sin
molestarse en evaluar su reacción, reunió toda la dignidad perdida, se metió en
el coche, se abrochó el cinturón de seguridad, y se fue, poniendo el aire
acondicionado a una temperatura polar. Estaba tan condenadamente caliente que
iba a quemarse. Ardiendo de ira y de pasión no correspondida.
Lo
odiaba. Lo odiaba con todas sus fuerzas.
Y
nunca había deseado a un hombre tanto como deseaba a Emmett McCarty.
Siempre
había sido así.
Emmett
se apoyó contra su coche patrulla y contempló cómo se iba Rose a toda
velocidad, escupiendo grava con los neumáticos. Infringiendo las leyes de
tráfico, sin duda. Le debía una multa. Por otra parte, sabía exactamente dónde
encontrarla.
Y
ella sabía dónde encontrarlo a él. Cosa que haría a no tardar mucho.
Se
había pasado diez años viéndola ir con un hombre tras otro. Con tres de ellos
incluso había llegado a comprometerse, pero nunca llegó a hacerlo ante el
altar.
Él
sabía la razón. Ninguno de aquellos hombres podía satisfacerla. No se daban
cuenta de lo que necesitaba.
Emmett
lo sabía con precisión.
Puede
que exteriormente Rose Hale fuera fría, serena y responsable, pero por dentro estaba
desesperada porque un hombre se encargara de ella y la dominara.
Él
lo sabía, y ella también.
Se
metió en el coche, anunció por radio a la comisaría que volvía de patrullar y
se fue en dirección a la ciudad.
Su
pene todavía estaba duro y dolorido. Dios todopoderoso, en ese momento estaba
hecho polvo. Lo único que podía hacer era sacarlo y masturbarse junto a la
cuneta, liberando la presión de sus testículos. Se llevó los dedos a la nariz e
inhaló el olor dulce y almizclado de Rose que seguía presente en sus manos.
Mierda.
Gimió y maldijo mentalmente a la obstinada mujer. ¿Qué rayos le pasaba? Cuando le
abarcó los pechos, tenía los pezones endurecidos, y el coño húmedo cuando le
pasó los dedos por las bragas de seda. Fue una tortura para él no tocarla y
llevarla al límite. Oyó los suaves jadeos que ella creía estar disimulando y
supo que la más leve caricia de sus dedos en el clítoris, sería suficiente para
hacerla estallar. Estaba lista para experimentar un intenso orgasmo. Hasta que empezó
a luchar contra sus impulsos naturales.
Aunque
apenas hubiera luchado. Por lo general, cuando se peleaban, ella lo maldecía y
le daba una bofetada. Sin embargo, en esa ocasión no. Estaba excitada y a punto
de cederle el control.
No
obstante, se negó a rendirse a él, aterrada por lo que podría pasar si lo
hacía.
Llevaban
diez malditos años dando vueltas el uno alrededor del otro. No pensaba obligarla
a tomar una decisión; si quería que él asumiera el mando, iba a tener que ser
ella quien se lo pidiera.
Hasta
ahora no lo había hecho, pero él era un hombre muy paciente. Y estaba seguro de
que ella estaba a punto de claudicar.
Tarde
o temprano se daría cuenta de que la única persona que la haría feliz era él.
Y
cuando así fuera, estaría preparado.
Mientras
debatía mentalmente entre si abrirse o no de piernas en el coche y masturbarse hasta
llegar al orgasmo allí mismo, en el camino de acceso a la casa de Alice, Rose
maldijo mentalmente a Emmett McCarty un millar de veces, apagó el contacto
soltando una maldición y dejó caer las llaves en el bolso.
Estúpida.
Su cuerpo todavía vibraba por su contacto y su forma de susurrarle promesas en el
oído, con su voz profunda y ronca, atrayéndola hacia un orgasmo al que ella estaba
deseando llegar en sus manos.
Nunca.
Nunca, nunca, nunca. En cuanto cediera el poder a un hombre, nunca más sería ella
la responsable de su propio destino. Y Emmett era un macho alfa hasta la
médula, de los que no pararían hasta quitarle el control y pisotear su
libertad. No se parecía en nada a los hombres con los que solía salir. En nada.
Ella escogía a hombres a los que podía manejar.
Dejó
de pensar en Emmett y se dirigió a la puerta abierta de la modesta casita de
Alice, anunciando su llegada.
—
¡Estoy aquí!
—
¡Llegas tarde! —Exclamó Alice desde la cocina.
—
¡Lo sé! —Sonrió y entró en la cocina, encantada al ver la sonrisa de Bella,
quien se encontraba apoyada en la encimera de la isla. La envolvió en sus
brazos y le dio un fuerte abrazo—. Parece que has sobrevivido a tu fin de
semana salvaje.
—Ya
lo creo —Dijo Alice—. Lleva sonriendo así desde que llegó, pero no ha soltado prenda.
—
¡Eh! Yo no tengo la culpa de que Rose haya llegado tarde.
—Culpable
—dijo Rose, apartando una silla. Aceptó uno de los mimosas que Alice le ofreció
y bebió un largo trago del frío líquido, con la esperanza de que apagara el
fuego que ardía en su interior—. Pero no ha sido culpa mía. Me… detuvieron
cuando estaba de camino.
Alice
arqueó una negra ceja.
—
¿De verdad?
—Sí.
Emmett McCarty me estuvo dando por culo.
—Oooh.
Espero que en el buen sentido —Dijo Bella, moviendo las cejas.
—No,
dándome por culo a su manera habitual, tan molesta como siempre.
Bella
y Alice intercambiaron una mirada entendida.
—Dejad
de miraros así. Y ni se os ocurra empezar con Emmett y conmigo.
Sabéis
perfectamente que no tengo ningún interés en él. Es como un hermano molesto.
Alice
resopló.
—Sí,
vale. A mí no me lo parece.
—No
estamos aquí para hablar de mí. Quiero saberlo todo sobre el fin de semana loco
de Bella, con Edward y Jacob. ¿Qué tal estuvo?
La
cara de Bella se cubrió de un adorable rubor.
—Fue…
genial.
Alice
chilló.
—
¡Lo sabía!
Rose
asintió.
—Y
yo. De modo que venga, ¡detalles, mujer, detalles! En el club, los dos estaban babeando
por ti y te vimos en el balcón con ellos. ¿Qué mujer no tendría múltiples
orgasmos recibiendo las atenciones de dos hombres?
Bella
apoyó los codos en la encimera y escondió la cara entre las manos.
—Soy
casi incapaz de pensar en ello ahora sin enrojecer. Ni siquiera puedo
describirlo; baste decir que se cumplieron cada una de las fantasías que he
tenido en la vida, y algunas más.
Ellos
estuvieron increíbles.
Rose
puso su mano sobre la de Bella.
—Bueno,
ya era hora de que te dejaras llevar.
Bella
bajó los párpados y juntó las manos.
—Aquello
fue más que simplemente sexo, Rose. Mucho más.
—
¿Hay más? Vamos chica, suéltalo —exigió Alice.
Cuando
Bella volvió a mirarlas, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Me
he enamorado.
—Estás
de broma —dijo Rose.
—No.
Bella
las puso al corriente de lo sucedido durante el fin de semana y los días
posteriores. Se lo contó todo, incluso sus reacciones al estar con Edward y con
Jacob por separado, y su encuentro con Mike en el casino. Para cuando terminó,
las cosas cobraron sentido para Rose.
—Por
supuesto que estás enamorada. Edward es el hombre ideal para ti, pero Jacob no.
Jacob es un seductor irresistible; es bueno para divertirse, pero no para
mantener una relación. Edward es con quien deberías haber estado desde el
principio, pero en cambio acabaste con Mike, ese mentiroso, embaucador y putero
hijo de perra.
—
¡Ay, cariño! ¡Me alegro mucho por ti! —Alice se apresuró a rodear el mostrador
y abrazó a Bella.
Rose
incluso tuvo que parpadear para evitar derramar unas lágrimas. Bueno,
francamente, estaba emocionada por Bella. Y bastante celosa de que la apuesta
para tener un poco de sexo se hubiera convertido en una relación amorosa para
una de sus mejores amigas.
Luego
se pasaron la velada celebrando el amor recién descubierto de Bella, mientras
ella le contaba lo que iba a hacer ahora, es decir, licenciarse y empezar una
nueva carrera como veterinaria al mismo tiempo que proseguía su relación con
Edward.
Cuando
volvieron al salón de Alice, Rose ya estaba relajada, así que apoyó los pies
sobre la mesa de madera y unió los brazos detrás de su cabeza.
—Bueno,
Rose, me parece que te ha llegado el turno.
Miró
a Bella, que estaba sentada sobre sus pies en la silla de mimbre.
—
¿El turno para qué?
—La
apuesta.
Rose
enarcó una ceja.
—
¿Ah, sí?
—Gran
idea. Y tengo exactamente al hombre indicado para ti —Dijo Alice.
Ahora
sí que estaban hablando de un tema que le interesaba. No podía imaginarse a
quién tendrían en mente para ella, Alice y Bella.
—
¿Quién?
—Emmett
McCarty —contestó Alice, con una risa satisfecha.
—Emmett
es perfecto —añadió Bella.
—Muy
graciosas. —Rose estiró y dobló los dedos de los pies—. Pues yo no opino lo mismo.
—A
menos que me equivoque, señorita Hale, fuiste tú quien tuvo la idea de esta apuesta
y quien puso las reglas —dijo Bella—. Y una de esas normas es que nosotras, y
no tú, escogeríamos a quien te ibas a tirar.
Se
incorporó y las miró, boquiabierta.
—Estáis
hablando en serio, ¿verdad?
—Completamente
—respondió Alice.
—Creía
que erais mis amigas.
—Lo
somos.
—
¿Entonces cómo podéis hacerme esto?
Bella
puso los ojos en blanco.
—No
te estamos haciendo nada. Simplemente hemos elegido al hombre con el que creemos
que deberías tener tu festival de sexo de fin de semana.
Esto
era increíble. No podía hacerlo. Con Emmett, no. Cualquiera excepto Emmett. Se
le contrajo el estómago al pensarlo.
—Pues
renuncio a la apuesta.
Alice
se quedó boquiabierta.
—Rose
Hale, en todo el tiempo que hace que nos conocemos, nunca te has echado atrás
en una apuesta. ¿Tan cobarde eres?
¡Joder!
Alice tenía razón, nunca, jamás, había renunciado a una apuesta. Pero se
trataba de Emmett, por el amor de Dios. ¿Cómo iba a poder aceptar las reglas?
¿Por qué le hacían eso, sabiendo lo que sentía por él?
—Rose
—Dijo Bella—, puede que creas que tienes un oscuro secreto, pero para nosotras no
es así.
A
Rose se le dilataron los ojos. ¡Era imposible que lo supieran!
—
¿De qué estás hablando?
—De
Emmett McCarty. Llevas ardiendo por él desde el instituto. Es algo evidente
para cualquiera que os conozca a los dos.
—No
es verdad. —Y además ése no era su secreto. No era eso lo que la mantenía
alejada de Emmett. No tenían ni idea de lo que le estaban pidiendo.
—Sí
que lo es —Dijo Alice—. Os miráis el uno al otro como dos animales en celo.
Cariño, estáis destinados a estar juntos. Lo único que nosotras estamos
haciendo es darte un empujoncito en la dirección correcta.
—Sobre
todo porque, por alguna razón que no alcanzamos a entender ni Alice ni yo, eres
demasiado cabezota para dar ese paso —añadió Bella.
—El
destino no tiene nada que ver con el motivo por el que Emmett y yo no estamos
juntos.
No
lo estamos porque he decidido no estar con él.
—Te
desea —Dijo Bella.
—Ése
es su maldito problema.
—Este
fin de semana no —contestó Alice, echándose a reír—. Este fin de semana va a tenerte.
Una vez, y otra y otra.
—
¡Esto no tiene gracia, joder! —Se levantó del sofá y se puso a mirar por la
ventana, en dirección al lugar donde estaba aparcado su coche, en la entrada.
El coche en el que se había apoyado mientras Emmett le manoseaba todo el
cuerpo, encendiendo todos sus sentidos. Si permitía que la tocara, perdería el
control. Él se lo arrebataría y la dominaría. No podía permitírselo. Si lo
hacía nunca volvería a recuperarlo.
Aunque
pensándolo bien, ¿de verdad tenía que renunciar al control? Era una experta en manejar
a los hombres con el dedo meñique. Llevaba años haciéndolo y se le daba condenadamente
bien. Si ponía en práctica sus artimañas con Emmett, estaba segura de que él terminaría
arrastrándose. Se sorprendería tanto de que ella estuviera dispuesta a abrirse
de piernas para él, que ni siquiera se daría cuenta de que ella no le daba nada
que no quisiera darle. Se zambulliría en su vagina, tan feliz de que ella se lo
permitiera después de tantos años, que no le daría tiempo a comprender que era
ella quien controlaba la situación, que era ella quien mandaba.
Pensaría
que era él quien llevaba la batuta. Y para cuando por fin se diera cuenta, ella
ya habría cumplido con las condiciones de la apuesta, le habría fundido el
cerebro y continuaría con su vida. Asunto arreglado.
Su
corazón estaría a salvo.
Se
apartó de la ventana y miró a sus traidoras amigas con una sonrisa astuta.
—Es
verdad. Tenéis toda la razón. Ya es hora de que me lance encima de Emmett
McCarty y me lo tire.
—
¿Eso quiere decir que lo vas a hacer? —Preguntó Alice—. ¿Vas a tirarte a Emmett
después de tantos años?
—Sí,
lo haré. Me acostare con Emmett McCarty.
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Chicas aquí se viene la segunda historia de esta adaptación de tres, espero la disfruten, una vez mas "Gracias mi linda Krizia".
Coka
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Chicas aquí se viene la segunda historia de esta adaptación de tres, espero la disfruten, una vez mas "Gracias mi linda Krizia".
Coka
7 comentarios:
hay me encanto es muy emocionante me fascino espero con hacia el siguiente
ai krizia pinta k uf va a estar hot jajajja pero k envidia de rose... mira k te detenga un policia sexy como emmett.. k me de todos los tikets k kiera jajajja
ya kiero leer el proximo capitulo, en que se envolveran estos 2??
creo k abra k preparar las duchas frias o los esposos libres jajaj
se ve que estara genial esta segunda puerta, gracias krizia por la adaptacion y gracias coka por publicar
saludos
maty
hola Krizia!!
Me encanto!!! sencillamente, estos dos son dinamita pura! pinta para ser una excelente historia!!! Se presagian muchas aventuras y el carácter de estos es tan explosivo que Woww!!!
Me dio la impresión de que hay o hubo algo mas entre ellos antes.... Ya quiero el segundo capitulo, me hacia falta jajaja compensaremos las duchas frías de nuevo =D
Me encata Emmet y tenerlo como police es sumamente sexy!!!!
ansiosa por el siguiente capitulo!!
quedo de ti!!
un fuerte abrazo!
Nancy Q.
Hola Krizia, uffff excelente capitulo pinta para estar muy pero muy hot asi que a estar preparadas con duchas bien frías y maridito a la mano jejejejejeje
Me encanta esta pareja, creo que son los mas ardientes y agregarle un sheriff con uniforme pegadito ufffff sexy a mas no poder.
Y con este poli me dejo infraccionar todo lo que quiera y si me tiene que checar no pongo resistencia.
Bueno mi querida Krizia habrá que estar muy bien preparadas para la dosis de capítulos hoy que se vienen.
Gracias por darte un tiempo y compartir esta adaptación tan buena. Besos
woooooow jajaj Krizia querida una vez mas uuuuffffff sin palabraaaas... felicidades chica
Que barbaridad...me hizo contener las respiración esta historia..de vuelata por aca chicas.MARTHA DE PERÚ.
Que barbaridad...me hizo contener las respiración esta historia..de vuelata por aca chicas.MARTHA DE PERÚ.
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