Impaciencia
Me desperté confusa. Mis pensamientos eran inconexos y se
perdían en sueños y pesadillas. Me llevó más tiempo de lo habitual darme cuenta
de dónde me hallaba.
La habitación era demasiado impersonal para pertenecer a
ningún otro sitio que no fuera un hotel. Las lamparitas, atornilladas a las
mesillas de noche, eran baratas, de saldo, lo mismo que las acuarelas de las
paredes y las cortinas, hechas del mismo material que la colcha, que colgaban
hasta el suelo.
Intenté recordar cómo había llegado allí, sin conseguirlo al
principio.
Luego, me acordé del elegante coche negro con los cristales
de las ventanillas aún más oscuros que los de las limusinas. Apenas si se oyó
el motor, a pesar de que durante la noche habíamos corrido al doble del límite
de la velocidad permitida por la autovía.
También recordaba a Alice, sentada junto a mí en el asiento
trasero de cuero negro. En algún momento de la larga noche reposé la cabeza
sobre su cuello de granito. Mi cercanía no pareció alterarla en absoluto y su
piel dura y fría me resultó extrañamente cómoda. La parte delantera de su fina
camiseta de algodón estaba fría y húmeda a causa de las lágrimas vertidas hasta
que mis ojos, rojos e hinchados, se quedaron secos.
Me había desvelado y permanecí con los doloridos ojos
abiertos, incluso cuando la noche terminó al fin y amaneció detrás de un pico
de escasa altura en algún lugar de California. Haces de luz gris poblaron el
cielo despejado, hiriéndome en los ojos, pero no podía cerrarlos, ya que en
cuanto lo hacía, se me aparecían las imágenes demasiado vividas, como
diapositivas proyectadas desde detrás de los párpados; y eso me resultaba
insoportable. La expresión desolada de Charlie, el brutal rugido de Edward al
exhibir los dientes, la mirada resentida de Rosalie, el experto escrutinio del
rastreador, la mirada apagada de los ojos de Edward después de besarme por
última vez... No soportaba esos recuerdos, por lo que luché contra la fatiga
mientras el sol se alzaba en el horizonte.
Me mantenía despierta cuando atravesamos un ancho paso
montañoso y el astro rey, ahora a nuestras espaldas, se reflejó en los techos
de teja del Valle del Sol. Ya no me quedaba la suficiente sensibilidad para
sorprenderme de que hubiéramos efectuado un viaje de tres días en uno solo.
Miré inexpresivamente la llanura amplia y plana que se extendía ante mí.
Phoenix, las palmeras, los arbustos de creosota, las líneas caprichosas de las
autopistas que se entrecruzaban, las franjas verdes de los campos de golf y los
manchones turquesas de las piscinas, todo cubierto por una fina capa de
polución que envolvía las sierras chatas y rocosas, sin la altura suficiente
para llamarlas montañas.
Las sombras de las palmeras se inclinaban sobre la autopista
interestatal, definidas y claramente delineadas, aunque menos intensas de lo
habitual. Nada podía esconderse en esas sombras. La calzada, brillante y sin
tráfico, incluso parecía agradable. Pero no sentí ningún alivio, ninguna
sensación de bienvenida.
— ¿Cuál es el camino al aeropuerto, Bella? —preguntó Jasper
y se sobresaltó, aunque su voz era bastante suave y tranquilizadora. Fue el
primer sonido, aparte del ronroneo del coche, que rompió el largo silencio de
la noche.
—No te salgas de la I—10 —contesté automáticamente—.
Pasaremos justo al lado.
El no haber podido dormir me nublaba la mente y me costaba
pensar.
— ¿Vamos a volar a algún sitio? —le pregunté a Alice.
—No, pero es mejor estar cerca, sólo por si acaso.
Después vino a mi memoria el comienzo de la curva alrededor
del Sky Harbor International..., pero en mi recuerdo no llegué a terminarla.
Supongo que debió de ser entonces cuando me dormí.
Aunque ahora que recuperaba los recuerdos tenía la vaga
impresión de haber salido del coche cuando el sol acababa de ocultarse en el
horizonte, con un brazo sobre los hombros de Alice y el suyo firme alrededor de
mi cintura, sujetándome mientras yo tropezaba en mí caminar bajo las sombras
cálidas y secas.
No recordaba esta habitación.
Miré el reloj digital en la mesilla de noche. Los números en
rojo indicaban las tres, pero no si eran de la tarde o de la madrugada. A
través de las espesas cortinas no pasaba ni un hilo de luz exterior, aunque las
lámparas iluminaban la habitación.
Me levanté entumecida y me tambaleé hasta la ventana para
apartar las cortinas.
Era de noche, así que debían de ser las tres de la
madrugada. Mi habitación daba a una zona despejada de la autovía y al nuevo
aparcamiento de estacionamiento prolongado del aeropuerto. Me sentí algo mejor
al saber dónde me encontraba.
Me miré. Seguía llevando las ropas de Esme, que no me
quedaban nada bien. Recorrí la habitación con la mirada y me alborocé al
descubrir mi petate en lo alto de un pequeño armario.
Iba en busca de ropa nueva cuando me sobresaltó un ligero
golpecito en la puerta.
— ¿Puedo entrar? —preguntó Alice.
Respiré hondo.
—Sí, claro.
Entró y me miró con cautela.
—Tienes aspecto de necesitar dormir un poco más.
Me limité a negar con la cabeza.
En silencio, se acercó despacio a las cortinas y las cerró
con firmeza antes de volverse hacia mí.
—Debemos quedarnos dentro —me dijo.
—De acuerdo —mi voz sonaba ronca y se me quebró.
— ¿Tienes sed?
—Me encuentro bien —me encogí de hombros—. ¿Y tú qué tal?
—Nada que no pueda sobrellevarse —sonrió—. Te he pedido algo
de comida, la tienes en el saloncito. Edward me recordó que comes con más
frecuencia que nosotros.
Presté más atención en el acto.
— ¿Ha telefoneado?
—No —contestó, y vio cómo aparecía la desilusión en mi
rostro—. Fue antes de que saliéramos.
Me tomó de la mano con delicadeza y me llevó al saloncito de
la suite. Se oía un zumbido bajo de voces procedente de la televisión. Jasper
estaba sentado inmóvil en la mesa que había en una esquina, con los ojos
puestos en las noticias, pero sin prestarles atención alguna.
Me senté en el suelo al lado de la mesita de café donde me
esperaba una bandeja de comida y empecé a picotear sin darme cuenta de lo que
ingería.
Alice se sentó en el brazo del sofá y miró a la televisión
con gesto ausente, igual que Jasper.
Comí lentamente, observándola, mirando también de hito en
hito a Jasper. Me percaté de que estaban demasiado quietos. No apartaban la
vista de la pantalla, aunque acababan de aparecer los anuncios.
Empujé la bandeja a un lado, con el estómago repentinamente
revuelto. Alice me miró.
— ¿Qué es lo que va mal, Alice?
—Todo va bien —abrió los ojos con sorpresa, con expresión
sincera... y no me creí nada.
— ¿Qué hacemos aquí?
—Esperar a que nos llamen Carlisle y Edward.
— ¿Y no deberían haber telefoneado ya?
Me pareció que me iba acercando al meollo del asunto. Los ojos
de Alice revolotearon desde los míos hacia el teléfono que estaba encima de su
bolso; luego volvió a mirarme.
— ¿Qué significa eso? —me temblaba la voz y luché para
controlarla—. ¿Qué quieres decir con que no han llamado?
—Simplemente que no tienen nada que decir.
Pero su voz sonaba demasiado monótona y el aire se me hizo
más difícil de respirar.
De repente, Jasper se situó junto a Alice, más cerca de mí
de lo habitual.
—Bella —dijo con una voz sospechosamente tranquilizadora—,
no hay de qué preocuparse. Aquí estás completamente a salvo.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿de qué tienes miedo? —me preguntó confundido.
Aunque podía sentir el tono de mis emociones, no comprendía el motivo.
—Ya oíste a Laurent —mi voz era sólo un susurro, pero estaba
segura de que podía oírme—. Dijo que James era mortífero. ¿Qué pasa si algo va
mal y se separan? Si cualquiera de ellos sufriera algún daño, Carlisle, Emmett,
Edward... —Tragué saliva—. Si esa mujer brutal le hace daño a Esme... —hablaba
cada vez más alto, y en mi voz apareció una nota de histeria—. ¿Cómo podré
vivir después sabiendo que fue por mi culpa? Ninguno de vosotros debería
arriesgarse por mí...
—Bella, Bella, para... —me interrumpió Jasper, pronunciando
con tal rapidez que me resultaba difícil entenderle—. Te preocupas por lo que
no debes, Bella. Confía en mí en esto: ninguno de nosotros está en peligro. Ya
soportas demasiada presión tal como están las cosas, no hace falta que le
añadas todas esas innecesarias preocupaciones. ¡Escúchame! —Me ordenó, porque yo
había vuelto la mirada a otro lado—. Nuestra familia es fuerte y nuestro único
temor es perderte.
—Pero ¿por qué...?
Alice le interrumpió esta vez, tocándome la mejilla con sus
dedos fríos.
—Edward lleva solo casi un siglo y ahora te ha encontrado.
No sabes cuánto ha cambiado, pero nosotros sí lo vemos, después de llevar
juntos tanto tiempo. ¿Crees que podríamos mirarle a la cara los próximos cien
años si te pierde?
La culpa remitió lentamente cuando me sumergí en sus ojos
oscuros. Pero, incluso mientras la calma se extendía sobre mí, no podía confiar
en mis sentimientos en presencia de Jasper.
Había sido un día muy largo.
Permanecimos en la habitación. Alice llamó a recepción y les
pidió que no enviaran a las mujeres de la limpieza para arreglar el cuarto. Las
ventanas permanecieron cerradas, con la televisión encendida, aunque nadie la
miraba. Me traían la comida a intervalos regulares. El móvil plateado parecía
aumentar de tamaño conforme pasaban las horas.
Mis niñeros soportaban mejor que yo la incertidumbre. Yo me
movía nerviosamente, andaba de un lado para otro y ellos sencillamente cada vez
parecían más inmóviles, dos estatuas cuyos ojos me seguían imperceptiblemente
mientras me movía. Intenté mantenerme ocupada memorizando la habitación: el
diseño de la tela del sofá dispuesto en bandas de color canela, melocotón,
crema, dorado mate y canela otra vez. Algunas veces me quedaba mirando
fijamente las láminas abstractas, intentando encontrar figuras reconocibles en
las formas, del mismo modo que las imaginaba en las nubes cuando era niña.
Descubrí una mano azul, una mujer que se peinaba y un gato estirándose, pero
dejé de hacerlo cuando un pálido círculo rojo se convirtió en un ojo al acecho.
Me fui a la cama, sólo por hacer algo, al morir la tarde.
Albergaba la esperanza de que los miedos que merodeaban en el umbral de la
consciencia, incapaces de burlar la escrupulosa vigilancia de Jasper,
reaparecieran si permanecía sola en la penumbra.
Pero como por casualidad, Alice me siguió, como si por pura
coincidencia se hubiera cansado del saloncito al mismo tiempo que yo. Empezaba
a preguntarme qué clase de instrucciones le había dado exactamente Edward. Me
tumbé en la cama y ella se sentó a mi lado con las piernas entrecruzadas. La
ignoré al principio, pero de repente me sentí demasiado cansada para dormir. Al
cabo de varios minutos hizo acto de presencia el pánico que se había mantenido
a raya en presencia de Jasper. Entonces, deseché rápidamente la idea de dormir,
y me avovillé, sujetándome las rodillas contra el cuerpo con los brazos.
— ¿Alice?
— ¿Sí?
Hice un esfuerzo por aparentar calma y pregunté:
— ¿Qué crees que están haciendo?
—Carlisle quería conducir al rastreador al norte tanto como
fuera posible, esperar que se les acercara para dar la vuelta y emboscarlo.
Esme y Rosalie se dirigirían al oeste con la mujer a la zaga el máximo tiempo
posible. Si ésta se volvía, entonces tenían que regresar a Forks y vigilar a tu
padre. Imagino que todo debe de ir bien, ya que no han llamado. Eso significa
que el rastreador debe de estar lo bastante cerca de ellos como para que no
quieran arriesgarse a que se entere de algo por casualidad.
— ¿Y Esme?
—Seguramente habrá regresado a Forks. No puede llamar por si
hay alguna posibilidad de que la mujer escuche algo. Confío en que todos tengan
mucho cuidado con eso.
— ¿Crees de verdad que están bien?
—Bella, ¿cuántas veces hemos de decirte que no corremos
peligro?
—De todos modos, ¿me dirías la verdad?
—Sí. Siempre te la diré.
Parecía hablar en serio. Me lo pensé un rato y al final me
convencí de que realmente estaba siendo sincera.
Entonces dime, ¿cómo se convierte uno en vampiro?
Mi pregunta la sorprendió con la guardia bajada. Se quedó
quieta. Me volví para mirarle la cara y vi que su expresión era vacilante.
—Edward no quiere que te lo cuente —respondió con firmeza,
aunque me di cuenta de que ella estaba en desacuerdo con esa postura.
—Eso no es jugar limpio. Creo que tengo derecho a saberlo.
—Ya lo sé.
La miré, expectante.
Alice suspiró.
—Se va a enfadar muchísimo.
—No es de su incumbencia. Esto es entre tú y yo. Alice, te
lo estoy pidiendo como amiga.
Y en cierto modo nosotras lo éramos ahora, tal como ella
seguramente habría sabido desde mucho antes por sus visiones.
Me miró con sus ojos sabios, espléndidos... mientras tomaba
la decisión.
—Te contaré cómo se desarrolla el proceso —dijo finalmente—,
pero no recuerdo cómo me sucedió, no lo he hecho ni he visto hacerlo a nadie,
así que ten claro que sólo te puedo explicar la teoría.
Esperé: —
—Nuestros cuerpos de depredador disponen de un verdadero
arsenal de armas. Fuerza, velocidad, sentidos muy agudos, y eso sin tener en
cuenta a aquellos de nosotros que como Edward, Jasper o yo misma también
poseemos poderes extrasensoriales. Además, resultamos físicamente atractivos a
nuestras presas, como una flor carnívora.
Permanecí inmóvil mientras recordaba de qué forma tan
deliberada me había demostrado Edward eso mismo en el prado.
Esbozó una sonrisa amplia y ominosa.
—Tenemos también otra arma de escasa utilidad. Somos
ponzoñosos —añadió con los dientes brillantes—. Esa ponzoña no mata,
simplemente incapacita. Actúa despacio y se extiende por todo el sistema
circulatorio, de modo que ninguna presa se encuentra en condiciones físicas de
resistirse y huir de nosotros una vez que la hemos mordido. Es poco útil, como
te he dicho, porque no hay víctima que se nos escape en distancias cortas,
aunque, claro, siempre hay excepciones. Carlisle, por ejemplo.
—Así que si se deja que la ponzoña se extienda... —murmuré.
—Completar la transformación requiere varios días, depende
de cuánta ponzoña haya en la sangre y cuándo llegue al corazón. Mientras el
corazón siga latiendo se sigue extendiendo, curando y transformando el cuerpo
conforme llega a todos los sitios. La conversión finaliza cuando se para el
corazón, pero durante todo ese lapso de tiempo, la víctima desea la muerte a
cada minuto.
Temblé.
—No es agradable, ya te lo dije.
—Edward me dijo que era muy difícil de hacer... Y no le
entendí bien —confesé.
—En cierto modo nos asemejamos a los tiburones. Una vez que
hemos probado la sangre o al menos la hemos olido, da igual, se hace muy
difícil no alimentarse. Algunas veces resulta imposible. Así que ya ves, morder
realmente a alguien y probar la sangre puede iniciar la vorágine. Es difícil
para todos: el deseo de sangre por un lado para nosotros, y por otro el dolor
horrible para la víctima.
— ¿Por qué crees que no lo recuerdas?
—No lo sé. El dolor de la transformación es el recuerdo más
nítido que suelen tener casi todos de su vida humana —su voz era melancólica—.
Sin embargo, yo no recuerdo nada de mi existencia anterior.
Estuvimos allí tumbadas, ensimismadas cada una en nuestras
meditaciones. Transcurrieron los segundos, y estaba tan perdida en mis
pensamientos que casi había olvidado su presencia.
Entonces, Alice saltó de la cama sin mediar aviso alguno y
cayó de pie con un ágil movimiento. Sorprendida, volví rápidamente la cabeza
para mirarla.
—Algo ha cambiado.
Su voz era acuciante, pero no me reveló nada más.
Alcanzó la puerta al mismo tiempo que Jasper. Con toda
seguridad, éste había oído nuestra conversación y la repentina exclamación. Le
puso las manos en los hombros y guió a Alice otra vez de vuelta a la cama,
sentándola en el borde.
— ¿Qué ves? —preguntó Jasper, mirándola fijamente a los
ojos, todavía concentrados en algo muy lejano. Me senté junto a ella y me
incliné para poder oír su voz baja y rápida.
—Veo una gran habitación con espejos por todas partes. El
piso es de madera. James se encuentra allí, esperando. Hay algo dorado... una
banda dorada que cruza los espejos.
— ¿Dónde está la habitación?
—No lo sé. Aún falta algo, una decisión que no se ha tomado
todavía.
— ¿Cuánto tiempo queda para que eso ocurra?
—Es pronto, estará en la habitación del espejo hoy o quizás
mañana. Se encuentra a la espera y ahora permanece en la penumbra.
La voz de Jasper era metódica, actuaba con la tranquilidad
de quien tiene experiencia en ese tipo de interrogatorios.
— ¿Qué hace ahora?
—Ver la televisión a oscuras en algún sitio... no, es un
vídeo.
— ¿Puedes ver dónde se encuentra?
—No, hay demasiada oscuridad.
— ¿Hay algún otro objeto en la habitación del espejo?
—Sólo veo espejos y una especie de banda dorada que rodea la
habitación. También hay un gran equipo de música y un televisor encima de una
mesa negra. Ha colocado allí un vídeo, pero no lo mira de la misma forma que lo
hacía en la habitación a oscuras —sus ojos erraron sin rumbo fijo, y luego se
centraron en el rostro de Jasper—. Esa es la habitación donde espera.
— ¿No hay nada más?
Ella negó con la cabeza; luego, se miraron el uno al otro,
inmóviles.
— ¿Qué significa? —pregunté.
Nadie me contestó durante unos instantes; luego, Jasper me
miró.
—Significa que el rastreador ha cambiado de planes y ha
tomado la decisión que lo llevará a la habitación del espejo y a la sala
oscura.
—Pero no sabemos dónde están.
—Bueno, pero sí sabemos que no le están persiguiendo en las
montañas al norte de Washington. Se les escapará —concluyó Alice lúgubremente.
— ¿No deberíamos llamarlos? —pregunté. Ellos intercambiaron
una mirada seria, indecisos.
El teléfono sonó.
Alice cruzó la habitación antes de que pudiera alzar el
rostro para mirarla.
Pulsó un botón y se lo acercó al oído, aunque no fue la
primera en hablar.
—Carlisle —susurró. A mí no me pareció sorprendida ni
aliviada—. Sí —dijo sin dejar de mirarme; permaneció a la escucha un buen
rato—. Acabo de verlo —afirmó, y le describió la reciente visión—. Fuera lo que
fuera lo que le hizo tomar ese avión, seguramente le va conducir a esas
habitaciones —hizo una pausa—. Sí —contestó al teléfono, y luego me llamó—. ¿Bella?
Me alargó el teléfono y corrí hacia el mismo.
— ¿Diga? —murmuré.
—Bella —dijo Edward.
— ¡Oh, Edward! Estaba muy preocupada.
—Bella —suspiró, frustrado—. Te dije que no te preocuparas
de nadie que no fueras tú misma.
Era tan increíblemente maravilloso oír su voz que mientras
él hablaba sentí cómo la nube de desesperación que planeaba sobre mí ascendía y
se disolvía.
— ¿Dónde estás?
—En los alrededores de Vancouver. Lo siento, Bella, pero lo
hemos perdido. Parecía sospechar de nosotros y ha tenido la precaución de
permanecer lo bastante lejos para que no pudiera leerle el pensamiento. Se ha
ido, parece que ha tomado un avión. Creemos que ha vuelto a Forks para empezar
de nuevo la búsqueda.
Oía detrás de mí cómo Alice ponía al día a Jasper. Hablaba
con rapidez, las palabras se atropellaban unas a otras, formando un zumbido
constante.
—Lo sé. Alice vio que se había marchado.
—Pero no tienes de qué preocuparte, no podrá encontrar nada
que le lleve hasta ti. Sólo tienes que permanecer ahí y esperar hasta que le
encontremos otra vez.
—Me encuentro bien. ¿Está Esme con Charlie?
—Sí, la mujer ha estado en la ciudad. Entró en la casa
mientras Charlie estaba en el trabajo. No temas, no se le ha acercado. Está a
salvo, vigilado por Esme y Rosalie.
— ¿Qué hace ella ahora?
—Probablemente, intenta conseguir pistas. Ha merodeado por
la ciudad toda la noche. Rosalie la ha seguido hasta las cercanías del
aeropuerto, por todas las carreteras alrededor de la ciudad, en la escuela...
Está rebuscando por todos lados, Bella, pero no va a encontrar nada.
— ¿Estás seguro de que Charlie está a salvo?
—Sí, Esme no le pierde de vista; y nosotros volveremos
pronto. Si el rastreador se acerca a Forks, le atraparemos.
—Te echo de menos —murmuré.
—Ya lo sé, Bella. Créeme que lo sé. Es como si te hubieras
llevado una mitad de mí contigo.
—Ven y recupérala, entonces —le reté.
—Pronto, en cuanto pueda, pero antes me aseguraré de que
estás a salvo —su voz se había endurecido.
—Te quiero —le recordé.
— ¿Me crees si te digo que, a pesar del trago que te estoy
haciendo pasar, también te quiero?
—Desde luego que sí, claro que te creo.
—Me reuniré contigo enseguida.
—Te esperaré.
La nube de abatimiento se volvió a cernir sobre mí
sigilosamente en cuanto se cortó la comunicación.
Me giré para devolver el móvil a Alice y los encontré a ella
y a Jasper inclinados sobre la mesa. Ella dibujaba un boceto en un trozo del
papel con el membrete del hotel. Me incliné sobre el respaldo del sofá para
mirar por encima de su hombro.
Había pintado una habitación grande y rectangular, con una
pequeña sección cuadrada al fondo. Las tablas de madera del suelo se extendían
a lo largo de toda la estancia. En la parte inferior de las paredes había unas
líneas que atravesaban horizontalmente los espejos, y también una banda larga,
a la altura de la cintura, que recorría las cuatro paredes. Alice había dicho
que era una banda dorada.
—Es un estudio de ballet—dije al reconocer de pronto el
aspecto familiar del cuarto.
Me miraron sorprendidos.
— ¿Conoces esta habitación?
La voz de Jasper sonaba calmada, pero debajo de esa
tranquila apariencia fluía una corriente subterránea de algo que no pude
identificar.
Alice inclinó la cabeza hacia su dibujo, moviendo
rápidamente ahora su mano por la página; en la pared del fondo fue tomando
forma una salida de emergencia y en la esquina derecha de la pared frontal, una
televisión y un equipo de música encima de una mesa baja.
—Se parece a una academia a la que solía ir para dar clases
de ballet cuando tenía ocho o nueve años. Tenía el mismo aspecto —toqué la
página donde destacaba la sección cuadrada, que luego se estrechaba en la parte
trasera de la habitación—. Aquí se encontraba el baño, y esa puerta daba a otra
clase, pero el aparato de música estaba aquí —señalé la esquina izquierda—. Era
más viejo, y no había televisor. También había una ventana en la sala de
espera, que se podía ver desde este sitio si te colocabas aquí.
Alice y Jasper me miraban fijamente.
— ¿Estás segura de que es la misma habitación? —me preguntó
Jasper, todavía tranquilo.
—No, no del todo. Supongo que todos los estudios de danza
son muy parecidos, todos tienen espejos y barras —deslicé un dedo a lo largo de
la barra de ballet situada junto a los espejos—. Sólo digo que su aspecto me
resulta familiar.
Toqué la puerta del boceto, colocada exactamente en el mismo
sitio donde se encontraba la que yo recordaba.
— ¿Tendría algún sentido que quisieras ir allí ahora? —me
preguntó Alice, interrumpiendo mis recuerdos.
—No, no he puesto un pie allí desde hace por lo menos diez
años. Era una bailarina espantosa, hasta el punto de que me ponían en la última
fila en todas las actuaciones —reconocí.
— ¿Y no puede guardar algún tipo de relación contigo ahora?
—inquirió Alice con suma atención.
—No, ni siquiera creo que siga perteneciendo a la misma
persona. Estoy segura de que debe de ser otro estudio de danza en cualquier
otro sitio.
— ¿Dónde está el estudio en el que dabas clase? —me preguntó
Jasper con fingida indiferencia.
—Estaba justo en la esquina de la calle donde vivía mi
madre, solía pasar por allí después de la escuela... —dejé la frase inconclusa,
pero me percaté del intercambio de miradas entre Alice y Jasper.
—Entonces, ¿está aquí?, ¿en Phoenix? —el tono de la voz de
éste seguía pareciendo imperturbable.
—Sí —murmuré—. En la 58 esquina con Cactus.
Nos quedamos todos sentados contemplando fijamente el
dibujo.
—Alice, ¿es seguro este teléfono?
—Sí —me garantizó—. Si rastrean el número, la pista los
llevará a Washington.
—Entonces puedo usarlo para llamar a mi madre.
—Creía que estaba en Florida.
—Así es, pero va a volver pronto y no puede ir a esa casa
mientras. .. —me tembló la voz.
No dejaba de darle vueltas a un detalle que había comentado
Edward. La mujer pelirroja había estado en casa de Charlie y en la escuela,
donde figuraban mis datos.
— ¿Cómo la puedes localizar?
—No tienen número fijo, salvo en casa, aunque se supone que
mamá comprueba si tiene mensajes en el contestador de vez en cuando.
— ¿Jasper? —preguntó Alice.
El aludido se lo pensó.
—No creo que esto ocasione daño alguno, aunque asegúrate de
no revelar tu paradero, claro.
Tomé el móvil con impaciencia y marqué el número que me era
tan familiar. Sonó cuatro veces; luego, oí la voz despreocupada de mi madre
pidiendo que dejara un mensaje.
—Mamá —dije después del pitido—, soy yo, Bella. Escucha,
necesito que hagas algo. Es importante. Llámame a este número en cuanto oigas
el mensaje —Alice ya estaba a mi lado, escribiéndomelo en la parte inferior del
dibujo, y lo leí cuidadosamente dos veces—. Por favor, no vayas a ninguna parte
hasta que no hablemos. No te preocupes, estoy bien, pero llámame enseguida, no
importa lo tarde que oigas el mensaje, ¿vale? Te quiero, mamá, chao.
Cerré los ojos y recé con todas mis fuerzas para que no
llegara a casa por algún cambio imprevisto de planes antes de oír mi mensaje.
Me acomodé en el sofá y picoteé las sobras de fruta de un
plato al tiempo que me iba haciendo a la idea de que la tarde sería larga.
Pensé en llamar a Charlie, pero no estaba segura de si ya habría llegado a casa
o no. Me concentré en las noticias, buscando historias sobre Florida o sobre el
entrenamiento de primavera, además de huelgas, huracanes o ataques terroristas,
cualquier cosa que provocase un regreso anticipado.
La inmortalidad debe de ayudar mucho a ejercitar la
paciencia. Ni Jasper ni Alice parecían sentir la necesidad de hacer nada en
especial. Durante un rato, Alice dibujó un diseño vago de la habitación oscura
que había visto en su visión, a la luz débil de la televisión. Pero cuando
terminó, simplemente se quedó sentada, mirando las blancas paredes con sus ojos
eternos. Tampoco Jasper parecía tener la necesidad de pasear, inspeccionar el
exterior por un lado de las cortinas, o salir corriendo de la habitación como
me ocurría a mí.
Debí de quedarme dormida en el sofá mientras esperaba que
volviera a sonar el móvil. El frío tacto de las manos de Alice me despertó
bruscamente cuando me llevó a la cama, pero volví a caer inconsciente otra vez
antes de que mi cabeza descansara sobre la almohada.
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