Tres amigas…tres deseos secretos…tres oportunidades para hacerlos realidad.
Son tres amigas inseparables que se deleitan compartiendo sus aventuras y secretos.
Pero su última apuesta será la más arriesgada de todas: cada una debe acostarse con cualquier hombre que las otras dos escojan para ella… y luego relatar todos y cada uno de los jugosos detalles.
Capítulo 7
adaptación de Krizia
La casa quedó perfecta. Rose tenía el estómago revuelto, con una
mezcla de excitación expectante y de pesar agridulce. Ella podría vivir, cómoda
y feliz, en esa casa.
La casa era magnífica, según ella, el sueño de cualquier mujer y,
al mismo tiempo, un lugar donde a cualquier hombre le gustaría vivir.
Y Emmett estaba a punto de llegar. Deambuló por todas las
habitaciones para asegurarse de que no hubiera nada fuera de su sitio, y se
apresuró a ir al porche delantero, cuando lo oyó llegar, con el estómago hecho
un nudo.
Nunca estaba nerviosa cuando presentaba el resultado final de sus
esfuerzos a los clientes, pero hoy sí. Sin embargo, se alisó la falda y se
apoyó en la puerta cuando él subió las escaleras, mostrando una actitud
tranquila y profesional.
E intentó que no se le cayera la baba cuando él enganchó los
pulgares en las trabillas del cinturón de los vaqueros, se detuvo en el último
escalón, apoyó la cadera en la barandilla del porche y lanzó un silbido.
Ella también se había ocupado del porche delantero. No demasiado,
claro, pero lo suficiente para que él lo notara. O al menos, esperaba que lo
notara. Había dejado el balancín porque le gustaba. Añadió unos amplios
sillones de mimbre con cojines, unas plantas colgantes de vistosas flores, y un
par de plantas en jardineras de cemento en el suelo que le dieron la bienvenida
cuando subió las escaleras. Además habían pintado el porche, de manera que
ahora brillaba con un blanco deslumbrante.
—Vaya, es precioso —dijo él, echando la cabeza hacia atrás y
apoyando la mano en la culata de la pistola, enfundada en la pistolera del
cinturón.
—Sólo es una ligera mejora del porche delantero.
La garganta se le había quedado completamente seca. Esperaba que
él no se diera cuenta de que estaba temblando. La verdad, ¿por qué estaba tan
nerviosa?
—Si te apetece, te enseñaré tu nueva casa —dijo ella, encogiéndose
de hombros con indolencia.
—Por supuesto. Estoy impaciente por verla.
Emmett no sabía quién de los dos estaba más nervioso, sí Rose o
él. Por mucho que ella intentara disimularlo, él se daba cuenta de las miradas
furtivas que le lanzaba mientras fingía despreocupación e intentaba mantenerse
firme.
Durante dos malditas semanas se quedó en la comisaría, muriéndose
de ganas de salir y ver lo que ella estaba haciendo, pero se mantuvo fiel a su
palabra y permaneció alejado. Hacerlo le costó una enorme fuerza de voluntad y
un montón de pajas.
La echaba de menos. Echaba de menos estar a su alrededor, echaba
de menos su olor y su sonrisa, incluso echaba de menos fastidiarla. Realmente
le gustaba irritarla. Le gustaba verla enfadada y furiosa, totalmente
encolerizada con él. Cuando se cabreaba, los ojos le brillaban de pasión.
Echaba de menos tocarla. Besarla. Follarla.
Le dolía la polla por ella.
Le dolía el corazón por ella.
Estaba hecho un lío y rogó a Dios que aquello diera resultado.
—Si hay algo que no te guste —empezó a decir ella, bloqueando la
puerta antes de que él entrara—, por supuesto, lo cambiaremos.
—Déjeme entrar, Rose —dijo él, suavemente—. Estoy seguro de que
está muy bien.
—No quiero que esté muy bien. Quiero que te guste.
Aquello sí que era toda una revelación. Y él se dio cuenta, por su
expresión, de que ella se había arrepentido de sus palabras en cuanto salieron
de su boca.
—Ya me gusta. Lleva tu sello.
—Da igual. Aquí ha trabajado todo el equipo, no sólo yo. —Se
apartó para dejarle entrar.
¡Vaya! Era una casa completamente distinta. Los viejos muebles
ajados que no hacían juego entre sí, no estaban. Todo había desaparecido. Y
nada parecía igual. Se sintió… cómodo, nada más entrar.
Ni recargado, ni presuntuoso, ni —Dios no lo quisiera— femenino. Y
tampoco excesivamente masculino. Unos sofás tapizados con una tela de color
neutro, colocados en perpendicular respecto de la chimenea, junto a un par de
sillones de piel, de aspecto verdaderamente cómodo. El resto del salón estaba
desnudo, excepto por un par de mesas de madera clara, junto a un mueble para
poner bebidas y revistas. Las lámparas eran modernas, pero no estrafalarias. La
estancia resultaba práctica y aprovechable, y lo bastante acogedora para disfrutar
de una mujer, con una cómoda alfombra delante de los muebles. Era capaz de imaginarse
a unos niños, con los juguetes desperdigados por esa alfombra, jugando ante el
fuego en invierno, mientras Rose y él leían el periódico y tomaban café.
Se dirigió a la cocina y descubrió que la vieja mesa de caballete
de su abuela había sido restaurada. Seguía conservando su antiguo encanto y los
desperfectos y arañazos de antes, pero parecía… mejorada. No tan desgastada,
machacada, ya no parecía un trasto viejo. Ahora parecía una verdadera
antigüedad.
—Esta mesa no tenía sillas, de modo que yo… los empleados, fueron
a algunos mercadillos y encontraron varias que combinaban perfectamente
—explicó ella.
Seis sillas, para ser exactos. Y además cada una distinta. Cosa
que le encantó, porque las que tenía su abuela tampoco hacían juego. Demonios,
ni siquiera recordaba dónde habían ido a parar. Seguro que desperdigadas por
las casas de familiares. Sin embargo, aquellas robustas sillas de madera que no
parecían nuevas, le gustaban; armonizaban con el resto de la cocina.
Los muebles eran de pino, robustos y oscuros, a juego con la mesa
de la abuela. Las encimeras habían sido sustituidas por un bonito granito
oscuro y el fregadero era ahora de dos senos y de un brillante cromado. Era
moderno y antiguo al mismo tiempo. Tenía la apariencia de una cocina rústica,
pero cualquier mujer lanzaría exclamaciones de alegría si tuviera que cocinar allí,
con la enorme nevera de dos puertas y los fuegos en la isla central.
Se había quedado sin palabras. Y muy impresionado por el talento
de Rose.
—Si me acompañas al vestíbulo —dijo Rose—, te enseñaré los
dormitorios.
Él era consciente de que todavía no había pronunciado ni una
palabra y que Rose, probablemente, estuviera loca de preocupación, pero Dios
era testigo de que no sabía que decir.
—Hemos dejado tres sin decorar, como pediste, suponiendo que algún
día querrás convertirlas en habitaciones para los niños —explicó, con una voz
que acabó en un tono más agudo. Tuvo que aclararse la garganta al llegar al
vestíbulo.
Él sonrió.
—Aja.
—Y ahora, el dormitorio principal. —Se volvió a medias hacia él
mientras abría la puerta de la habitación, y luego se apartó de su camino al
encender la luz—. Espero que te guste.
Mientras Rose estuviera allí con él, le gustaría, aunque sólo
hubiera una caja de cartón y una toalla en el suelo.
No había nada de eso. En su lugar, la cama de hierro tenía un
cabecero forrado con un diseño moderno de flores y corazones, que a una mujer
le parecerían atractivos, al igual que a los pies de la cama. Lo que le gustó
fue el dosel de hierro a juego, de construcción fuerte y sólida. Se le desbocó
la imaginación, y empezó a imaginarse a Rose inmovilizada, con las muñecas sujetas
en lo alto de la estructura, las piernas atadas y extendidas, y el coño a la
altura de la boca.
Maldición. Concentrado en aquella cama, ni se fijo en el resto del
dormitorio, aunque estaba seguro de que debía estar precioso. ¡Joder, le daba
igual!
— ¿Quieres ver el resto de la habitación?
—No. —Miró fijamente la cama.
—Humm, ¿cuenta con tu aprobación?
Él se volvió hacia ella sin molestarse siquiera en ocultar su
erección, que presionaba contra la cremallera de los vaqueros.
— ¿Cuenta con la tuya?
Ella esbozó una sonrisa.
—Claro que sí. Yo fui quien la diseñó.
—Muy bien. Desnúdate.
— ¿Disculpa?
—Ya me has oído. Quítate la ropa.
La mirada de ella pasó de la sorpresa a la ira en un instante.
— ¿Has perdido la cabeza?
—No.
—Mira, Emmett, acepté este trabajo porque es bueno para el
negocio.
Querías redecorar la casa, perfecto. Lo hice. Ni te has molestado
en decir si te gusta o no. Bueno, pues el trabajo ya está terminado. Le gustará
a cualquier mujer con la que tengas pensado casarte. Lo sabes tú y lo sé yo. Me
largo. Te mandaré la factura por correo. Nuestra relación ha terminado.
—Nuestra relación no ha terminado ni mucho menos, Rose.
Ella entrecerró los ojos.
— ¡Eres un maldito arrogante! ¡Cómo te atreves a dar por hecho que
porque exista entre nosotros esta tensión sexual, que sólo porque hayamos
pasado una noche de sexo realmente apasionado, me voy a desnudar y a echar un
polvo porque tú lo ordenas, y que luego me voy a quedar tan contenta mientras
tú cruzas con otra mujer el umbral de la casa que he decorado para ella!
Se dio media vuelta, pero antes de que pudiera marcharse, él
declaró:
—Esa mujer eres tú, Rose.
Ella se detuvo y luego se volvió hacia él.
— ¿Qué?
—Tú eres la mujer con la que quiero cruzar el umbral de la puerta.
Con el vestido blanco y todo eso. Tú eres la mujer para la que quería que
decoraras esta casa. Tú eres la mujer a la que amo y deseo desde que ambos
teníamos quince años y empezaste a provocarme. Tú eres la mujer que amo, Rose.
Siempre lo has sido.
Jamás en su vida Rose se había quedado muda de sorpresa. Siempre
reaccionaba con rapidez, con una réplica aguda; era experta en poner a los
hombres en su sitio.
Emmett había conseguido dejarla sin palabras por primera vez en su
vida.
— ¿Me amas?
—Sí. Te amo. —Se acercó a ella, con su cuerpo ágil y firme, y el
pene descaradamente rígido contra sus vaqueros. Y luego hizo una cosa que le
llenó los ojos de lágrimas: hincó una rodilla ante ella. Ese dominante y
exasperante macho alfa, se puso de rodillas.
—Cásate conmigo, Rose. Te amo. Amo tu fortaleza, tu inteligencia y
tu sentido del humor.
Me encanta la vida que te has construido, a pesar de tus orígenes;
y sí, lo sé todo sobre tu procedencia.
— ¿Lo sabes?
—Sí. Yo no soy tu padre, y tú no eres como tu madre. Eres una
maravillosa mujer con una carrera profesional que no acepta la mierda de ningún
hombre.
Ella sonrió al oír aquello. Era el mejor elogio que podía haberle
hecho.
—No quiero gobernar tu vida, nena. No sería capaz de amar a la
mujer en que te has convertido si fueras mi felpudo. Me encanta que te plantes
ante mí y me devuelvas los golpes. —
Le cogió la mano—. Te quiero en esta casa conmigo. Te quiero en
esa cama conmigo, cada noche, llevando a cabo nuestras fantasías. Y luego
quiero tener hijos, y que construyamos un futuro juntos.
Ella se había equivocado. Se había equivocado en todo. Se había
pasado años juzgando mal a Emmett, comparándolo con su padre. De acuerdo, era
dominante, arrogante, seguro de sí mismo y controlador, pero no se parecía nada
a su padre. Nada en absoluto.
Él quería que ella fuera una mujer independiente, que llevara las
riendas de su vida en todos los aspectos excepto en uno. Un lugar en el que
ella deseaba que él la dominara, en el que ella quería y necesitaba que
dominara él.
En el terreno sexual.
—No sé qué decir.
Él sonrió de oreja a oreja.
—Di lo que sientes.
Ella emitió un suspiro tembloroso.
—Me has dado miedo toda la vida, por culpa de mi padre y de lo que
le hizo a mi madre.
Sabía la clase de hombre que eras y me juré que yo nunca me
convertiría en una mujer como mi madre.
Cansada de mirarlo desde arriba, se dejó caer al suelo. Emmett se
sentó a su lado y le cogió las manos entre las suyas.
—Continúa —dijo él.
—Tras las primeras experiencias sexuales que tuve, me sentí vacía.
Escogí deliberadamente a hombres a quienes pudiera controlar, porque tenía
miedo de estar con alguno que fuera demasiado dominante. Aunque los hombres que
elegí me dejaron insatisfecha, y fue entonces cuando me di cuenta de que en el
terreno sexual era sumisa, y que, en el dormitorio, deseaba que me dominaran.
—Apuesto a que eso te asustó de verdad, teniendo en cuenta la
historia de tu familia.
Ella asintió.
—Sin embargo, estaba decidida a alejarme de los hombres que se
parecían a mi padre. Y te incluí a ti en esa categoría. Tú eras fuerte, auto
suficiente, arrogante y autoritario. Yo no podía controlarte. Hacías que se me
desbocara el corazón y que se me encogieran los dedos de los pies.
Hacías que se me humedecieran las bragas cada vez que estabas
cerca o me hablabas. Durante años, con quien fantaseaba al masturbarme era
contigo.
Cada vez que me acostaba con un hombre, era tu cara la que veía y
eran tus manos las que recorrían mi cuerpo.
Una parte de sí misma no se podía creer que acabara de admitir
aquello ante él. Otra, se sentía liberada y sin miedo por haberlo hecho. Ya que
sabía que Emmett no iba a usarlo contra ella y no pensaría que era débil por
ese motivo.
—Eso es muy excitante, nena —dijo él, extendiendo la mano para
acariciarle el cuello—.
Gracias.
Se le enrojeció la piel con la caricia y los pezones se le
tensaron y le dolieron.
Por fin, respiró hondo y expresó su más profundo secreto.
—Te amo desde que mi corazón supo lo que era el amor, pero eso me aterraba,
Emmett.
Jamás he deseado a un hombre como te deseo a ti. En todos estos
años, a pesar de todos esos hombres, al único que realmente deseaba era a ti. A
la única persona a la que me he rendido en mi vida, ha sido a ti. —Acababa de
entregárselo todo: cuerpo, alma y corazón. Y al hacerlo, se dio cuenta de que
ya no tenía miedo.
Tenía el corazón desbordante de ese amor que también había temido
mostrarle.
—Te amo, Emmett. —Se puso de rodillas, se subió la falda y se
sentó a horcajadas en su regazo. Le rodeó el cuello con los brazos y le sonrió,
con el corazón tan henchido que le pareció que le iba a explotar dentro del
pecho.
De modo que eso era el
amor. Algo mareante y asquerosamente dulce. Le daba igual lo estúpido que
fuera; se sentía estupendamente—. Te amo.
Él le rodeó la cintura con las manos y la atrajo hacia sí.
— ¿Eso significa que tu respuesta es un sí?
Ella esperó a que llegara el inevitable acceso de miedo, el
impulso de huir. No sucedió. El camino que se abría ante ella estaba despejado
por primera vez en su vida.
—Sí. Oh, demonios, sí, me casaré contigo. —Se inclinó y presionó
los labios de él con los suyos, aspirando su olor, saboreando el café y la
hierbabuena de sus labios, antes de deslizar la lengua dentro de su boca para
reclamarlo como su hombre. Suyo. Para siempre.
Ahora era una mujer de un solo hombre. Tal vez siempre lo hubiera
sido.
Él le abarcó el trasero con las manos, la levantó y la puso de
pie.
—Y ahora, señorita Hale —dijo con voz severa y levantando una
ceja—, creo que dije algo acerca de que te desvistieras.
Ella tembló ante su tono autoritario, más que dispuesta a hacer
todo lo que él quisiera. En esta ocasión no existían barreras ni temores. Ella
le pertenecía y era él quien mandaba. Sin embargo, también ella podía
provocarlo un poco mientras cumplía la orden. Primero se desprendió de la
chaqueta muy lentamente y la dobló muy bien antes darse la vuelta para colocarla
en la silla de la cómoda, frente a la cama. Cuando le dio la espalda, sonrió.
—No te entretengas todo el día, Rose.
—Son unas prendas muy caras, Emmett. Tengo que cuidarlas. —Se fue
soltando los botones de la blusa, uno a uno. Lenta y tranquilamente, sin dejar
de mirarlo a los ojos. Observando cada respiración suya, la forma en que se
movían las ventanas de su nariz, el modo en que seguía con la mirada los
movimientos de los dedos de ella a lo largo de la hilera de botones. El calor
de sus ojos le iba quemando la piel mientras se desnudaba para él.
Entretenerse tanto en quitarse la ropa era insoportable. Quería
arrancarlos y quedarse desnuda para que él la tocara. Pero deseaba provocarlo y
hacerlo esperar.
O tal vez lo único que quería era desafiarlo a que la tomara.
Hasta ahora estaba demostrando tener un control asombroso, mientras ella
terminaba con el último botón y se abría la blusa, permitiendo que se le
deslizara por los hombros y los brazos. La prenda cayó flotando al suelo. Se
olvidó del sostén y se ocupó del botón lateral de la falda.
—No te estás moviendo lo bastante rápido. ¿Esa falda es muy cara?
—Mucho.
En un visto y no visto, estaba en sus brazos. El botón de la falda
salió volando y la cremallera se desgarró cuando él perdió la última brizna de
control que le quedaba. Ella jadeó cuando él se ocupó, en un momento, de
bajarle la falda de un tirón y de arrancarle las bragas.
—Te compraré otra.
Como si a ella le importara.
La sostuvo contra su pecho y le pasó una mano por la espalda para
soltarle el sostén, luego se apartó al tiempo que le bajaba los tirantes por
los brazos. Dejó vagar la mirada por su piel desnuda, y el cuerpo de ella
reaccionó igual que si la estuviera tocando. Entreabrió los labios e intentó
respirar, mientras intentaba averiguar qué era lo que le tenía reservado.
—Vamos a probar esa cama nueva —dijo él, cogiéndola de la mano e
indicándole la cama—. Súbete ahí y pon las manos en el dosel.
Ya sabía ella que esa parte de la cama le iba a gustar. Él mantuvo
sujeta su mano mientras ella se encaramaba al colchón y luego se agarraba al
travesaño superior del dosel. Ella lo había calculado todo, asegurándose de
poder alcanzarlo sin problemas. No es que tuviera la esperanza de tener el
placer de poder utilizarlo, pero conocía los deseos de Emmett y pensó que
alguna mujer lo haría.
Sí. Ella. Ella era esa mujer. La que estaba en su cama sujetándose
al dosel.
Se estremeció de
expectación al mirar a Emmett desde arriba.
Él se quitó la pistolera, se desabrochó el cinturón, lo sacó de
las trabillas de los vaqueros, y lo sostuvo en la palma de la mano. Ella le
dirigió una sonrisa, preguntándose si iría a azotarla con él.
¿Deseaba ella que lo hiciera? Se pellizcó el labio inferior con
los dientes y le observó atentamente mientras él dejaba el cinturón en la silla
entre la mesilla de noche y la cómoda.
—No, nena —dijo él, al volverse de nuevo hacia ella—. Si algo
tiene que azotarte el culo, va a ser mi mano. Quiero notar cómo se te calienta
la piel con cada golpe.
Ella respiró hondo y guardó sus ideas para sí, observando cómo él
se quitaba la camisa, descubriendo su torso bronceado, y luego se ocupaba de
los vaqueros. Al igual que había hecho ella, la atormentó con una revelación
lenta y pausada de su bronceado cuerpo. Ella estaba impaciente porque se diera
prisa en desnudarse. Sin embargo, él se entretuvo mucho en soltar el botón y en
bajar la cremallera, interrumpiendo el proceso para alzar la vista hacia ella
mientras se rozaba la dura erección con los nudillos.
¡Dios, que caliente era esto! Quería tocarlo, desnudarlo, dejar al
descubierto su pene y metérselo en la boca. Tragó saliva y permaneció en
silencio; las palmas de las manos empezaron a sudarle mientras se sujetaba al
travesaño del dosel.
—Buena chica —dijo él, bajándose los vaqueros hasta el suelo y
apartándolos.
Se acercó a la cama y ella se tensó, con todo su cuerpo preparado
para que él lo tocara.
—Separa las piernas.
El colchón de firmeza extra, facilitaba el estar de pie sobre él.
Se sujetó al dosel y separó bien las piernas, queriendo asegurarse de que él
viera entre ellas todo lo que deseaba ver.
Siempre se sentía hermosa cuando él la miraba. Se le enrojeció la
piel bajo su escrutinio, los pezones se irguieron, impacientes porque los
capturara con la boca. Se le humedecieron los labios sexuales y una temblorosa
excitación pulsó en su clítoris.
Por favor, por favor, tócame.
Como si le hubiera adivinado el pensamiento, él llevó la mano
entre sus piernas, atormentándole la cara interna de los muslos con las yemas
de los dedos, sin desviar la mirada de su cara.
Cuando ella ideó la cama, conocía la estatura de los dos, y diseñó
todo el conjunto de forma que si ella estaba de pie en la cama y él en el
suelo, su boca quedaría al nivel adecuado para…
— ¡Oh, Dios mío! —Sí, era absolutamente perfecto.
Él le había agarrado las nalgas y acercado el coño contra su boca,
enroscando la lengua en torno al necesitado clítoris. Ella quiso enredarle los
dedos en el pelo y acercarlo todavía más, pero se mantuvo sujeta a la barra del
dosel y empujó las caderas contra su cara.
Él se apartó y alzó la vista hacia ella.
— ¿Te gusta esto?
—Sí.
—Entonces déjame que te oiga decirlo.
Anteriormente, ella nunca había sido muy expresiva. Claro que,
¿qué hombre antes de Emmett le había dado motivos para serlo?
Él la miró y enrosco su lengua alrededor del clítoris, le levantó
las piernas y las apoyó en sus hombros. Se comió su coño en esa postura,
sujetando con fuerza el clítoris con la boca para chuparlo.
— ¡Oh, Dios, Emmett! ¡Sí! —gritó ella sin darse cuenta de que lo
había dicho en voz alta hasta que él expresó su satisfacción contra su sexo, lo
que sólo sirvió para aumentar un poco más la excitación de ella. El calor y la
humedad de su boca unida a su lengua que se movía como loca alrededor del
clítoris, su barbilla arañándole el sexo y su saliva goteando por la hendidura
del culo; fueron demasiado. Se corrió, estremeciéndose salvajemente contra él y
gritando, contenta de que él viviera en medio de la nada, porque estaba
completamente segura de que sus ruidosos gemidos hubieran atraído a cualquier
vecino de los alrededores.
¡Pero maldición, no podía evitarlo! El orgasmo la atravesó,
estallando en oleadas de intensas contracciones que la sacudieron de pies a
cabeza, dejándola destrozada y conmocionada.
—Suéltate, nena —susurró él.
Ella lo hizo, derrumbándose sobre las rodillas y aspirando grandes
bocanadas de aire para tranquilizarse. Emmett se arrastró lentamente sobre la
cama y le cogió las manos, frotándoselas para restablecer la circulación.
—Estoy bien.
—Ya lo creo —bromeó él, soltando sus manos, para entrelazar sus
dedos entre su cabello, entrando en ella con un beso, primitivo y apasionado,
la lengua lanzándose en picado y los labios exigentes y reclamantes.
La tumbó de espaldas en el centro del colchón y cubrió el cuerpo
de ella con el suyo. Ella le dio la bienvenida entrelazando las piernas con las
de él y arqueándose para salir al encuentro de su pene. Él se deslizó dentro de
ella con un rápido movimiento, arrancándole un jadeo con la dulce invasión.
Emmett se retiró para mirarla, sin poder creer todavía que Rose
fuera suya, que hubiera accedido a casarse y a vivir allí con él. El sexo de
ella pulsaba alrededor de su miembro, absorbiéndolo con fuertes contracciones.
—Nena —murmuró contra su garganta, cerrando los ojos y limitándose
a disfrutar del momento. Se retiró y volvió a caer sobre ella, enterrándose
profundamente, necesitando esos pocos segundos de perfecta unión con ella.
Ella le enredó los dedos en el pelo y levantó las caderas,
rodeándolo con las piernas, para acercarlo más.
—Emmett —susurró—. Te amo.
Por muchos años que viviera, él jamás se cansaría de oír esas
palabras de sus labios. Nunca había comprendido cuánto deseaba poseerla hasta
que ella dijo sí. Ahora juró darle todo lo que ella quisiera.
Sobre todo aquí, donde se le había denegado tanto tiempo el
placer.
Le sujetó las muñecas y se las levantó por encima de la cabeza,
manteniéndolas unidas con una sola mano mientras se elevaba sobre ella,
observándole los pechos y viendo como se contraían los pezones bajo su mirada.
— ¿Estás caliente por mí, nena? —preguntó él.
—Sí.
—Dime lo que deseas.
—Que me lamas los pezones —susurró ella.
— ¿Así? —Se agachó y deslizó la lengua por uno de los tensos
picos, notando como ella se estremecía y su vagina se contraía en torno a su
miembro con unos espasmos salvajes.
—Sí —respondió ella.
— ¿O así? —Rodeó el brote con los dientes y tiró de él, luego le
dio un ligero golpecito con la lengua y por fin capturó todo el pezón,
absorbiéndolo hacia el calor de su boca.
— ¡Emmett! —Le tiró con fuerza del pelo, retorciéndose debajo de
él.
Él se lanzó hacia delante, moviéndose más rápidamente mientras
pellizcaba y lamía el otro pezón hasta que el flujo de ella se esparció por la
vagina.
Cuando volvió a mirarla, ella tenía los ojos vidriosos y
desenfocados, como si estuviera drogada o aturdida. Jadeaba, elevaba las
caderas y le arañaba los hombros y la parte superior de la espalda, mientras él
le introducía con fuerza el miembro.
Su mujer estaba fuera de control.
Justo como él quería. Directamente en la cima y a punto de
explotar. Su vagina lo agarraba con tanta fuerza que él casi no pudo salir de
ella, pero lo hizo, retirándose y apartándola de la cama un instante, mientras
retiraba la colcha hasta los pies, y luego volvió a sobre ella.
—Apóyate en las manos y las rodillas, Rose.
Mientras ella gateaba por la cama, él se mantuvo a su lado
observándola, viendo su sexo completamente abierto, empapado y listo para que
él lo invadiera.
Oh, quería volver a estar allí, pero también deseaba otra cosa.
Ese diminuto y arrugado agujerito que había encima del coño le llamaba a
gritos. La había poseído, pero no por completo.
Y tenía que tenerla totalmente.
—Hoy voy a apropiarme de ese culo, Rose. ¿Estás preparada para eso?
6 comentarios:
Siiii soy la primera!!!
Coka está super intenso este capi, pero lo mejor es que al fin Rose se decidió a ser feliz al lado del hombre que de vdd ama. Espero ansiosa saber que le toca a Alice jajaja
Diosssssss que forma de estos dos de colaborar con el calentamiento global!!
wow krizia excelente capitulo... Rose bien sentida por que seria otra mujer en su lugar pero acomodo toda a su gusto y necesidades, hasta la altura de la cama jajaja me encanto la declaración de Emmet quien no se derretiría con un hombre del tamaño y dimensiones de Emmett y que ademas fuera tan romántico y bueno lo que llego después estuvo todabia mucho mejor jajajaja
ansiando el proximo capitulo, que travecias tendrá que pasar Alice???gracias krizia por la adaptación que estan geniales y candentes jiji y gracias coka por publicar.
saludos
maty
Hola Krizia tarde pero seguro, aqui pasando ahora que tuve tiempo para disfrutar de esta muy picante y fabulosa historia.
Me encanto el capítulo, pobre Rose imaginaba que estaba decorando la casa para alguien mas aun y cuando en su interior deseaba que fuera para ella.
Emett todo un caso, me gusto que tuve el carácter para imponerse le a Rose y poder hacerle ver que él era su hombre, el que la ama por sobre todas las cosas y en todos sus miedos, auch que lindo es el amor <3
Ahora a esperar que sera de Alice que le tocara a ella..uffff que emoción ya quiero leerla.
Gracias Krizia por adaptar esta muy buena historia...Besos
Los amooooo son tan apasionados... Me siento muy feliz de que esten juntos por fin y que Rose se haya liberado se esas ataduras que tenía de su pasado y que nisiquiera le correspondían... Emmet es un adoradooo todo un hombre que la valora y la amaa!! Me encantoo la parte donde le dice que es para ella no pude contener las lagrimas .. Es que son tan hermosos estos dos y tan complicados a la vezz .. Son el uno para el otro y me encanta la parejaaaa sson puro fuego!!!!
Gracias kriziia me enamoro esta história gracias por compartirnosla!!!
Besos y abrazos!!
Nancy Q.
Los amooooo son tan apasionados... Me siento muy feliz de que esten juntos por fin y que Rose se haya liberado se esas ataduras que tenía de su pasado y que nisiquiera le correspondían... Emmet es un adoradooo todo un hombre que la valora y la amaa!! Me encantoo la parte donde le dice que es para ella no pude contener las lagrimas .. Es que son tan hermosos estos dos y tan complicados a la vezz .. Son el uno para el otro y me encanta la parejaaaa sson puro fuego!!!!
Gracias kriziia me enamoro esta história gracias por compartirnosla!!!
Besos y abrazos!!
Nancy Q.
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