Tres amigas…tres deseos secretos…tres oportunidades para hacerlos realidad.
Son tres amigas inseparables que se deleitan compartiendo sus aventuras y secretos.
Pero su última apuesta será la más arriesgada de todas: cada una debe acostarse con cualquier hombre que las otras dos escojan para ella… y luego relatar todos y cada uno de los jugosos detalles.
Capítulo 3
Adaptación de Krizia
Emmett observó el cúmulo de emociones que cruzaron la cara de Rose
al decir eso: incertidumbre, algo de miedo, incluso cólera y por último,
decisión. Mantuvo la barbilla en alto con obstinación, como si le retara a que
le ordenara hacer algo que no quisiera a hacer.
Seguía sin entenderlo. Pero antes de que el fin de semana acabara,
se daría cuenta de que era ella quien ostentaba todo el poder.
Se levantó y la miró, extendiendo la mano. Ella la contempló
durante unos largos segundos y luego deslizó sus dedos cálidos por la palma de
su mano.
La ayudó a ponerse de pie y la atrajo hacía su pecho.
—Llevo diez años esperando esto —afirmó él, inclinándose hacia su
boca y aspirando el perfume a canela.
El primer contacto con su boca fue como un reguero de pólvora.
Unas llamas incontrolables le hicieron arder. Aún sabiendo lo que iba a sentir,
no estaba preparado para lo condenadamente caliente que era ella, para la
perfecta sensación de su cuerpo pegado al suyo.
Para sus pechos aplastados contra su torso y sus caderas apoyadas
en su pelvis. De repente quiso tocarla y acariciarla por todas partes.
Despacio. Tranquilamente. El corazón se le puso a cien por hora cuando movió los labios sobre
los suyos, hundiendo los dedos en la suavidad exuberante de su pelo, devorando
su boca y su lengua como si fuera el néctar de los dioses. Su miembro era una
lanza dura que empujaba contra la cremallera de los pantalones, empeñada en
quedar libre. Le dolían los testículos y le hormigueaban los dedos por envolver
las suaves y firmes nalgas.
Hasta que no estuvo a punto del delirio, no se dio cuenta de que
el único que estaba perdiendo el control era él. Rose estaba rígida, inmóvil y
conteniéndose. Aunque tenía las manos apoyadas contra su pecho y su boca
respondía a la suya, ella no participaba. Seguía sus indicaciones, pero no como
él deseaba.
Rose tenía miedo de soltarse. Lo cual quería decir que él iba a
tener que asumir el mando y obligarla. Ella no consentiría que le arrebatara el
control, pero se vería obligada a participar. Él ya conocía ese juego, llevaban
diez años jugándolo. Era evidente que tendrían que seguir haciéndolo.
Disminuyó la intensidad de su beso y se obligó a reducir la
velocidad suicida de su pulso hasta que se convirtió en algo más controlable.
Era el momento de recuperar el juicio y controlar la situación antes de que
Rose se convirtiera en una viga de acero entre sus brazos.
Interrumpió el beso y se apartó de ella, que abrió los ojos y lo
miró fijamente, con el ceño fruncido.
— ¿Qué? —preguntó ella.
—De rodillas.
— ¿Perdona?
—Ya me has oído. —Se soltó el botón de los vaqueros y su pene
palpitó de impaciencia—.
Ponte de rodillas.
Ella miró hacia su entrepierna, observando cómo se bajaba
lentamente la cremallera.
—Estás de broma.
— ¿Te parece que bromeo? —Se sacó la camiseta por la cabeza y la
lanzó al sofá que estaba a espaldas de ella.
Ella no apartó en ningún momento la mirada de la bragueta abierta.
Hasta que esos maravillosos ojos de color miel fueron subiendo lenta y
tranquilamente por sus caderas, su estómago y su pecho, para por fin, posarse
de nuevo en su cara. Sin embargo en esta ocasión no estaban desorbitados por el
asombro.
Estaba irritada. Sin embargo, aparte del ceño fruncido y los
labios apretados, en sus ojos había un fuego que antes no existía, una pasión
de la que carecían cuando fue a él voluntariamente.
Muy bien, de modo que le gustaba que le dieran órdenes. Seguro que
él podía vivir con eso.
—He dicho que ahora, Rose. Haz lo que te digo o te obligaré a
hacerlo.
Iba a disfrutar de cada jodido minuto doblegándola a su voluntad.
Y en lo más profundo, sabía que Rose también.
Que empiece el juego.
Rose respiró hondo, llena de sincera indignación. Que se pusiera
de rodillas.
Ya podía ir besándole el culo si se creía que iba a arrodillarse
como un súbdito ante su rey, para chuparle la polla sólo porque él se lo
ordenaba. Estaban besándose. Las cosas estaban yendo bien. ¿Qué rayos había
pasado?
De acuerdo, puede que el suelo no se estremeciera bajo sus pies,
pero estaba bien. Y puede que cuando le ordenó que se arrodillara ante él, le
temblara el clítoris y se le contrajeran los pezones. Pero eso no significaba
que fuera a hacerlo.
—No te has movido —dijo él, con un tono de voz una octava más
bajo.
Una octava condenadamente seductora, además.
—No pienso hacerlo. Es una estupidez. No estoy jugando…
—Y yo tampoco —la interrumpió él, cogiéndola de la muñeca y
arrastrándola hacia sí. En cuestión de segundos sus posiciones se habían
intercambiado y Emmett estaba sentado en el sofá con Rose tumbada boca abajo
sobre su regazo—. Esto ya ha durado demasiado tiempo.
Ella hubiera gritado de no ser porque se quedó sin respiración. Lo
único que consiguió emitir fue un gruñido de ultraje cuando Emmett le plantó la
mano en el trasero, con firmeza, le subió la falda por encima de las caderas y
arrancó la diminuta tira del tanga, desnudando sus nalgas.
—Tienes un trasero firme y delicado, Rose. Me moría por ponerle
las manos encima.
Ella no pudo evitarlo. Se humedeció cuando él le pasó su enorme
mano por las nalgas. La expectación le inflamó el clítoris, y se tensó,
esperándolo.
Necesitándolo.
Cuando el primer azote se precipitó contra la nalga izquierda,
contuvo un gemido, negándose a demostrarle lo mucho que aquello la excitaba.
¡Pero ya lo creo que lo hacía! Él sabía la fuerza exacta con la que debía
azotarla. La picazón era caliente y dulce, y él la acompañó acariciando el
lugar, deslizando la mano entre sus muslos, para volver a levantarla y dejarla
caer contra la otra nalga.
Ella se estremeció y luego respiró hondo cuando él volvió a
acariciarle el trasero, con movimientos suaves, hasta deslizar la mano entre
sus piernas, tan cerca del clítoris que éste enloqueció. Sin embargó no la tocó
ahí.
Pensaba atormentarla.
¡Maldición, era bueno!
—Has sido una chica muy mala, Rose —afirmó él, volviendo a dejar
caer la mano sobre su trasero, golpeando en esta ocasión la parte inferior de
ambas nalgas con una palmada ligera que hizo que se le estremeciera el sexo—.
Creo que vas a necesitar que te castigue mucho más.
Oh, eso esperaba ella. Le tembló todo el cuerpo bajo la sensual
agresión, a la espera del siguiente movimiento, ansiando su contacto. Estaba
sedienta de aquello.
—Y tienes el coño empapado. —La abarcó con la mano y le frotó el
clítoris.
Esta vez, ella gimió. No pudo contenerse. Lo que él le hacía no
era inesperado. Era deliberado, ideado para provocarla, para advertirle de que
era él quien estaba a cargo de su placer.
Era un maestro en ese juego.
Ella lo había subestimado.
Se movió, ondulando contra su mano, intentando acercar el clítoris
a la palma de su mano.
Él la quitó.
Bastardo.
—Te correrás cuando yo lo decida —dijo él, volviendo a azotarla—.
Aquí quien lleva las riendas soy yo, Rose. No tú.
La apartó de su regazo y la puso de rodillas en el suelo,
cogiéndole un puñado de pelo. Se bajó los vaqueros hasta debajo de las caderas,
liberó su pene y se lo acarició junto a su rostro.
Era largo y grueso, y la punta era ancha y suave. Al contemplarlo
no pudo evitar lamerse los labios y que se le contrajeran los pezones al
aspirar el olor a almizcle de él. ¡Dios, era magnífico!
—Chúpala.
Le palpitó el sexo ante la orden.
—Que te follen —contestó ella, apretando los dientes.
Él le echó la cabeza hacia atrás y le sonrió.
—Nena, eso no tardará en llegar. De momento vas a chuparme la
polla.
Se sujetó el miembro con la mano libre y le untó los labios con el
líquido nacarado de la punta. Ella quería desafiarlo.
Deseaba succionarlo, extender las manos, sujetar su miembro entre
ellas y devorarla. Pero si se rendía a sus deseos, le dejaría a él el control,
y no estaba dispuesta a hacerlo.
Abrió la boca, conteniéndose con cuidado, y lamió la cabeza del
pene; echó la cabeza hacia atrás para verle la cara y saboreó la mirada ausente
de sus ojos cuando lamió lenta y pausadamente el sedoso glande.
Le tembló el vientre al probarlo. Sabía salado y salvaje. Por
mucho que se esforzara por parecer controlado ante ella, se le levantaron las
cejas y su respiración se volvió acelerada y jadeante cuando le rodeó con la
lengua, cerró los labios en torno a él e introdujo el miembro en el calor de su
boca.
— ¡Cristo! —Susurró él, abriendo un poco la mano con la que le
sujetaba el pelo—. Esto está muy bien, nena. Chúpala.
Se echó hacia delante, introduciéndole cada glorioso centímetro,
con los dedos enredados en su pelo, mientras ella jugaba con el glande
hinchado, percibiendo su calor deslizándose entre sus labios.
A lo que ella no estaba dispuesta a renunciar era a tener sus
testículos en la mano y acariciarlo mientras se tragaba su polla.
Sin embargo, estaban jugando. Y ella no pensaba perder ese juego.
Las apuestas eran altas y sin importar cuan intensas fueran las sensaciones, no
pensaba ceder.
En cualquier caso, su sabor y su olor eran tan dulces que la incitaban
a librarse de sus inhibiciones y entregárselo todo.
Lo deseaba. ¡Oh, cómo lo deseaba! Su cuerpo lo anhelaba, lo
necesitaba más de lo que podría admitir jamás, ni siquiera ante sus más íntimas
amigas. Ellas no lo entenderían.
Nadie entendía lo que ella necesitaba.
Sólo Emmett lo sabía. Porque su desenfreno igualaba al suyo; sus
músculos se contraían, la tensión que los rodeaba fue en aumento al mover las
caderas hacia delante y hacia atrás y deslizar el pene sobre su lengua. Ella lo
succionó, percibiendo como se sacudía cuando lo aprisionó con la boca al ir a
retirarse.
—Descansa —susurró él—. Esto te gusta, ¿verdad, nena? Esa boca,
esos labios dulces y llenos, y esa lengua ardiente, fueron hechos para comerme.
No tenía ni idea de lo que ella era capaz de hacerle, de lo mucho
que disfrutaba con su placer, de lo que provocaba en su propio cuerpo. Tenía la
entrepierna mojada y palpitante por la necesidad de que él pusiera allí su
mano, su lengua y su miembro.
Se apartó y le mordió suavemente el glande con los clientes,
notando como se estremecía.
Luego no pudo resistirse a tocarlo. Le cogió la base del pene y
empezó a acariciarlo al tiempo que lo chupaba, deseando todo lo que él tuviera
para darle, queriéndolo todo.
Quería tener el control, despojarlo de él y volver al lugar en el
que se sentía cómoda. Le oprimió el miembro y le chupó la punta, eliminando con
la lengua el fluido que escapaba, y utilizó la otra mano para palmearle con
cuidado los testículos. Supo que había dado con su punto débil cuando su pene
se sacudió y le llenó la boca.
— ¡Joder, Rose! —gimió, tirándole del pelo y moviéndose hacia
delante para introducirle más el pene.
Ya lo tenía. Ningún hombre, ni siquiera Emmett, hubiera podido
contenerse.
Lo absorbió por completo, notando
como se apretaban los testículos en su mano cuando él empujó, follándole la boca
con unos movimientos tan eróticos que hicieron que su clítoris suplicara
atención a gritos.
Ella quería que sus caderas embistieran contra su vagina y la
penetraran de la misma forma que estaba haciendo con su boca. Dejó que sus
labios continuaran trabajando mientras se metía las manos entre las piernas
para aliviar el insoportable dolor y deseando correrse al mismo tiempo que él.
Se buscó el clítoris, sabiendo lo cerca que debía estar él de lanzarle una
caliente descarga de semen. Incrementó los movimientos sobre el clítoris,
jadeando de deseo, gimiendo contra su pene mientras lo succionaba, moviendo la
boca rápidamente, oprimiéndole los testículos con una mano y acariciándose el
clítoris con la otra.
Estaba a punto… condenadamente cerca.
Córrete en mi boca, Emmett. Vamos, ya casi hemos llegado los dos.
Jadeó de sorpresa cuando él sacó el miembro de su boca y quitó la
mano de su coño. La puso en pie con expresión sombría y contrariada, respirando
con gran esfuerzo.
¿Qué pasaba? Ambos estaban a punto de alcanzar un increíble
orgasmo.
—Te correrás cuando yo lo diga, y no será por tu propia mano, Rose.
No eres tú quien manda aquí, ¿recuerdas?
No. ¡Ni hablar! De ninguna manera podía estar haciéndole eso. Ni
siquiera podía respirar, le palpitaba el clítoris, y estaba a punto de estallar
de placer, ¿y él quería controlar su orgasmo?
— ¿Has perdido la cabeza?
Él sonrió, curvando ligeramente sus letales y peligrosos labios.
—Sé exactamente lo que estoy haciendo. Y tú también. Crees que
puedes volver las tornas y llevar la batuta. Te lo advertí.
Ella intentó apartar el brazo, pero él le sujetó con fuerza la
muñeca. Ella paseó la mirada desde su mano hasta su cara.
—Me estás haciendo daño.
—Mentira.
—Suéltame.
—Te dije que si estabas de acuerdo en este fin de semana, yo
estaría al mando. No eres tú quien tiene la última palabra, Rose. No vas a ser
tú quien lleve las riendas. Las llevaré yo.
Lanzó una ojeada a su pene. Todavía estaba duro como una piedra y
enhiesto. Y ella seguía estando al borde del orgasmo. Maldito fuera. A ella se
le daban bien estas cosas. ¿Por qué no se limitaba a dejar que se encargara del
placer de los dos?
—Porque tienes que aprender a relajarte —dijo él, como si le
hubiera leído el pensamiento.
—No sé de qué hablas.
—Lo sabrás. —Se subió los vaqueros, tapando el hinchado miembro,
se agachó, se la echó al hombro y se levantó.
— ¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó ella, cuando él empezó a
salir de la habitación.
Él no contestó, se limitó a cruzar el estrecho pasillo con
zancadas rápidas y decididas, deteniéndose sólo lo indispensable para abrir una
puerta y entrar en una habitación en penumbra.
Ella intentó incorporarse, pero en aquella posición le resultó
imposible. El cuerpo de él era como una roca y la tenía condenadamente bien
sujeta.
Hasta que, de alguna manera, salió volando y aterrizó con un
chillido.
Sobre algo suave.
Una cama.
— ¡Gilipollas! —Se puso de rodillas, con idea de bajarse de la
cama y largarse, pero él le sujetó las manos y la arrastró a la cabecera de la
cama.
La habitación estaba oscura, a pesar de que todavía había luz, de
modo que ella sólo podía ver que estaba en una cama y poco más. Aquello no era
de mucha ayuda. Además, él la tenía firmemente sujeta por los brazos. Por mucho
que se debatiera, era como luchar contra un roble gigantesco.
No le costó nada sacarle el top por la cabeza y tirarlo, para
luego bajarle la falda por las caderas y las piernas. Oyó un tintineo, después
un sonido seco y metálico, y por fin el frío acero de unas esposas le rodeó las
muñecas cuando él la esposó a los barrotes de la cama.
—Emmett, esto no es divertido.
—No pretendo que lo sea —respondió él, moviéndose hacia sus pies.
En esta ocasión no fueron unas esposas las que le inmovilizaron
los tobillos, con las piernas abiertas, a los pies de la cama, sino algo más
suave, probablemente una cuerda de algodón. A pesar de su intensa irritación,
se le contrajeron los pezones y el clítoris volvió a la vida.
Atada y con las piernas abiertas en la cama de Emmett McCarty. A
oscuras, con unas esposas en las muñecas y los tobillos inmovilizados con una
cuerda.
Ella estaba a su merced.
¡Piedad!
Adaptando sus ojos a la penumbra de la habitación, Emmett observó
que los de Rose se dilataban de expectación, y algo más. Contuvo el aliento
cuando él sujetó la última ligadura a los barrotes de la cama, dándole a
entender que esta vez no tenía escapatoria. Ya no era ella quien estaba al
mando. Era él.
Ella se metió el labio inferior en la boca y se le endurecieron
los pezones.
Cuando él tomó aliento y la
luz penetró en la habitación, lo olió y lo vio en su cara: excitación.
¡Oh, sí! Podía fingir toda la ira o la indiferencia que quisiera,
pero su cuerpo decía la verdad.
Subió las persianas, permitiendo que entrara un poco de luz en el
dormitorio. La luz bañó su cuerpo, dándole el aspecto de una diosa de oro.
—Esta habitación la mantengo a oscuras cuando trabajo de noche y
duermo de día, pero quiero ver tu cuerpo bajo la luz. Necesito verte. Y tú
tienes que ver lo que voy a hacerte.
Ella mantuvo los labios firmemente apretados y los ojos
entornados. Él esbozó una sonrisa cuando rodeó la cama, inspeccionando su
trabajo, y permaneció a los pies de la cama para ver su sexo expuesto ante sus
ojos.
—Tienes el coño más bonito que he visto en mi vida, Rose. ¿Te has
entretenido hoy más que de costumbre para prepararlo para mí?
—No he hecho nada parecido, estúpido.
Estaba mintiendo. Él se puso al lado de la cama, se sentó y le
levantó un pie.
—Y esos pies tan sensuales, con las uñas pintadas de rojo; apuesto
a que también te gustaría que te chuparan los dedos, ¿verdad?
Ella no contestó, pero cogió aire de manera audible. Sí, de
acuerdo, le gustaría. Él se levantó, se quitó la ropa y se acercó a la cabecera
de la cama.
Ella siguió cada uno de sus
movimientos como una víctima cautelosa ante un depredador.
Emmett se cogió el pene y se lo acarició, aunque sólo de pensar en
follársela así lo puso duro en un instante. Había estado a punto de correrse en
su boca, deseando contemplar el movimiento de su garganta cuando ella se
tragara hasta la última gota de su semen. Le dolieron los testículos sólo de
imaginar lo bueno que habría sido aquello.
Pero eso hubiera otorgado el control a Rose. Y eso es lo que ella
quería, a lo que estaba acostumbrada.
Él tenía intención de poner su mundo patas arriba ese fin de
semana, y eso significaba que no podía ser ella quien llevara la batuta.
Quería su rendición completa y total, lo cual quería decir que sus
propias necesidades tenían que esperar.
O tal vez no. Se fue moviendo lentamente sobre la cama y se sentó
a horcajadas sobre su pecho, sin dejar de acariciarse el pene, queriendo que lo
viera, que lo mirara y que supiera que él podía hacer lo que le diera la gana.
A sí mismo o a ella.
Y que ella sólo podía mirar.
Asió el tenso miembro, movió la mano hacia delante y hacia atrás,
rozándose los testículos y permitió que un gemido escapara de sus labios.
—Tu boca sobre mi polla ha sido dulce y caliente, Rose. Lo haces
como si hubieras nacido para ello.
Sus labios se abrieron con un suspiro tembloroso, mientras
observaba los movimientos de sus manos.
— ¿Quieres mojármelo mientras me acaricio? ¿Quieres chupar un poco
la punta? Me gusta tu boca.
Ella tragó saliva y asintió, pero no pronunció ni una palabra. Él
apoyó una mano en la pared, por encima de la cama, se inclinó hacia ella, y le
deslizó únicamente el glande entre los labios.
Una humedad infernal lo abrasó cuando ella lo rodeó con la lengua,
cerró los labios en torno a él y lo aspiró. Su pene chocó contra el paladar de
ella, que gimió; un leve murmullo que provocó un estremeciendo de agonía en sus
testículos. No pudo evitarlo; apartó la mano y se introdujo profundamente,
dándole cada centímetro de su miembro. Ella lo aceptó todo. Ver como
desaparecía su miembro entre sus labios fue como vender su alma al mismísimo
diablo.
¡Dios, deseaba correrse en su boca! Pero todavía no, y no en esa
ocasión.
Antes tenía que hacerlo ella. Tenía que rendirse. En cuerpo y
alma. Él lo quería todo.
—Tú ya me has saboreado, ahora tengo que probarte yo —sacó el pene
de su boca, estremeciéndose ante el sonido que produjo. La muy codiciosa no
quería soltarlo. Le gustaba que ella lo sujetara tan fuertemente, que
disfrutara chupándolo.
Se inclinó y le acarició la coronilla con la boca, respirando
hondo. El pelo le olía a lluvia de verano. Le besó la frente y los párpados, y
se quedó allí cuando ella abrió los ojos y lo observó con recelo.
Le besó la punta de la nariz, la comisura de cada uno de los
labios y la barbilla, ligeramente levantada, luego revoloteó sobre su boca,
aspirando su aliento y observando como su expresión recelosa se convertía en
expectación.
—Dime lo que necesitas —dijo él, con los labios tan cerca de los
suyos que casi se tocaban.
Casi, pero no del todo. Quería que lo dijera, necesitaba que lo
dijera.
—Bésame —susurró ella por fin.
Él obedeció, capturó su boca y se apoderó de ella, conteniendo el
impulso de saquearla. En vez de eso, le acarició la boca con cuidado, pasando
los labios sobre los suyos; le mordisqueó el labio inferior y se lo separó para
introducir la lengua.
Ella, caliente y provocadora, se la envolvió con la suya, como si
fuera un abrazo, succionándola hasta que el beso tierno y juguetón, se
convirtió en algo más apasionado y necesitado, en una sensación de urgencia que
los envolvió a ambos. Cuando ella elevó las caderas y se arqueó contra él, supo
lo que quería.
Sexo. Follar los pondría al mismo nivel.
Pero ése no era su plan. Separó los labios a regañadientes y trazó
un sendero de fuego por el hueco de su garganta, deteniéndose allí antes de
descender lentamente por su cuerpo.
Como si de un explorador se tratase, no quería dejar nada intacto.
Cada pedazo de ella era una aventura. Ahora que la tenía atada y no podía
escapar, pensaba memorizar cada centímetro de su cuerpo. Lo que le gustaba y lo
que no. Lo que la excitaba, lo que la dejaba indiferente, lo que le ponía la
piel de gallina y lo que la hacía gritar.
Decididamente iba a disfrutar haciéndola gritar de placer. Iba a
ganarse su confianza, porque ella le estaba entregando mucho al permitir que la
atara así. Y él no se lo tomaba a la ligera.
Rose iba a tener la experiencia de su vida.
Iba a aprenderlo todo sobre la dicha de la rendición.
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Bueno que les puedo decir, otro encendido capitulo de esta quemante adaptación de Krizia Cullen, como le gustan los enredos y los ardores a esta Chika de Forks, jejeje...
No nos queda mas que ....¿ducharnos con agua fria?, nooooo....primero comentar!!!
Besos, las quiero...
Coka
4 comentarios:
Wow Krizia que manera de empezar el dia, con los animos muy encendidos jajaja buenisimo el capitulo y muy hot, este par lo va a pasar a lo grande, yo kisiera también un emmett que me amarrara y me isiera lo que quisiera jajaja (se vale soñar), fue una excelente desicion de hacer esta adaptacion Krizia aun que tambien lleva a muchos baños de agua fria jajaja, pero bien que nos encanta estar leyendo jajajja
gracias Krizia por la historia y gracias Coka por publicar
saludos
maty
Hooooooooo!!!!!!
Kriziaa!!!! Que capitulo tan candente... Emmet me encanto xD imaginarlo asi, ya de por si el es todo un símbolo sexual!!!
Yo tambien estoy convencida de que Rose necesita una lección, pero creo que esto no va hacer muy facil para Emmet ya que Rose es terca y bastante soberbia... Pero es como una cebollita y Emmet es eel indicado para desojarla xD
Me encanto Krizia me muero por saber que va pasar en el proximo capi ��
Un fuerte abrazo!!!
Nancy Q.
Wooowwww Krizia que capítulo tan mas hot y eso que son solo los preliminares ya me imagino todo lo que sucederá con esta parejita tan candente, me encanto que Emmett pretenda dominar a Rose para que se libere y pueda disfrutar muchísimo mas de si misma, como dijo el aprendería la dicha de la rendición.
Un capitulo muy emocionante y con esos toques de BDSM genial creo que esta parejita es mas que perfecta siempre fueron los mas sexuales, así que les quedó como anillo al dedo.
Lo único malo es que nosotras sufriremos de unas buenas duchas frías jajajajajaja bueno mientras llega el marido jejejeje definitivamente estas lecturas le dan a uno cada idea jajajaja
Muchas gracias Krizia por compartirla ... Besos
Gracias a todas jajaja si soy muy mala cuando busco un libro para adaptar, este me encanto y siempre se aprende algo que luego puedes añadir si quieres jajajaj ya sabeis animando a los mariditos jajaj o a las duchas con hielo jajajaj
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