Tres amigas…tres deseos secretos…tres oportunidades para hacerlos realidad.
Son tres amigas inseparables que se deleitan compartiendo sus aventuras y secretos.
Pero su última apuesta será la más arriesgada de todas: cada una debe acostarse con cualquier hombre que las otras dos escojan para ella… y luego relatar todos y cada uno de los jugosos detalles.
Capítulo 10
Solo Mayores de 18
Adaptación de Krizia Cullen
Bella
miraba fijamente el teléfono, esperando a que sonara. Todavía no tenía ni idea
de lo que iba a decirle a Jacob cuando llamara.
Suponía
que podía intentar decirle la verdad. No era una buena mentirosa.
Mike era un maestro de la mentira y se le daba
condenadamente bien. Tal vez debiera llamar a su ex marido y pedirle que le
diera algunas lecciones.
Resopló
ante la ocurrencia.
Jamás
daría resultado. A diferencia de Mike, a ella se le daba fatal herir los
sentimientos de los demás.
Por
supuesto, para herirles, a éllos tendría que importarle ella, ¿verdad? Y si
ella no les importaba, ¿cómo iba a ofenderlos negándose a quedar con ellos
aquella noche?
En
realidad era sencillo. El uno o el otro.
El
teléfono sonó y ella estuvo a punto de caerse del brazo del sofá.
—
¡Por favor! —murmuró para sí. Se le aceleró el pulso, pero se obligó a
tranquilizar la voz cuando cogió el inalámbrico y presionó el botón.
—
¡Hola, nena!
—Hola
Jacob.
—
¿Has descansado?
—Sí,
un poco —mintió. En vez de descansar, trabajar en sus papeles o hacer algo para
eliminar el dolor de cabeza, se había pasado las últimas cuatro horas pensando
en qué hacer con Edward y Jacob.
—Bien.
Entonces, ¿qué pasa con lo de esta noche?
Por
muy fácil que pensara que iba a ser, no le gustaba mentir a nadie.
Demonios,
no tenía práctica.
—Edward
también me pidió que saliéramos —soltó antes de acabar teniendo una cita con
los dos.
—
¿Sí, eh? Y le dijiste que sí.
—
¿Cómo lo sabes?
—Porque
te conozco. Está bien, Bella. Quedaremos otra noche.
Ella
miró por la ventana, observando a unos niños pequeños jugando con los columpios
en el parque, al otro lado de la calle, mientras se frotaba la sien dolorida.
—Me
siento fatal por eso.
Oyó
su suave risa al otro extremo.
—
¿Por qué? No se trata de una cita importante. Deja de preocuparte, ¿de acuerdo?
El
sentimiento de culpabilidad le golpeó el estómago como un martillo neumático.
Nunca había dejado de preocuparse por ello.
—De
acuerdo.
—Anoche
disfruté follando contigo.
Su
voz susurrante, baja y grave, la estremeció. Y estuvo húmeda en un momento. Se
le contrajeron los pezones y sintió el impulso de colocarse las manos entre las
piernas y frotarse el clítoris.
¿Cómo
se las arreglaba para provocarle aquello?
—Yo
también disfruté.
—Hasta
luego, Bella.
El
chasquido del teléfono cuando colgó fue como una descarga rara en su sistema nervioso.
La
había excitado para luego dejarla colgada. Excitada, necesitada y caliente.
Con
una maldita frase.
¡Maldición!
Ella
era demasiado fácil.
Soltó
un suspiro tembloroso, dejó el teléfono en la mesa y se obligó a trabajar,
aunque le resultaba tremendamente difícil concentrarse. Lo que de verdad quería
hacer era llamar a Rose o a Alice para que le dieran algún consejo. Pero no iba
a hacer tal cosa. Había llegado la hora de que tomara sus propias decisiones
sobre su vida, sin la interferencia de sus amigas.
Independientemente
de cuáles fueran dichas decisiones. No es que tuviera el control total en
cuanto a Edward y Jacob.
O
tal vez sí. Puede que la responsabilidad fuera suya. Ambos le habían pedido
volver a verla. ¿Por qué no podía admitir que era posible que los dos
estuvieran interesados en ella?
¿Tanto
había destrozado Mike su autoestima que ni siquiera era capaz de admitir que
dos hombres fabulosos la encontraban lo bastante interesante como para querer
verla otra vez? ¿Ése asunto del trío que habían llevado a cabo la noche
anterior había despertado su interés lo suficiente como para querer ir tras
ella de modo individual? ¿Era posible que su interés por ella se debiera a algo
más que sólo sexo? ¿Y si así era? ¿Quería salir con ambos?
¡Dios!
¿Podría manejarlos a ambos? Eran muy diferentes. Una conferencia sobre
contrastes. Edward era la sensualidad personificada, acompañada de inteligencia,
calidez y preocupación, y la hacía sentirse segura. Jacob, por su parte, era
una bomba de relojería sexual andante. Hacía que se sintiera atrevida, salvaje
y completamente fuera de control; una sensación embriagadora de la que, no le
importaba admitirlo, disfrutaba.
¿Podría
escoger entre ellos si la obligaban a hacerlo?
¿Tenía
que hacerlo siquiera?
Ahora
mismo no quería pensar en ello. Había demasiadas ideas y emociones encontradas luchando
por imponerse sobre las demás. No sabía cuáles eran sus sentimientos.
Para
distraerse, se puso a trabajar, concentrándose en el examen final que estaba
previsto para la semana siguiente. Aquello la ayudó a apartar la mente de Jacob
y de Edward y a centrarse en algo más que en hombres y sexo. Para cuando llegó
a aquella conclusión, habían transcurrió cuatro horas y había llegado el
momento de prepararse para su cita con Edward. En vez de llamarla le había
enviado un correo electrónico para indicarle que la recogería a las seis.
Guardó el archivo, se dio una ducha, y luego se quedó de pie delante del
armario, intentando decidir que ponerse.
Mierda.
Ni siquiera le había preguntado a Edward donde iban a ir.
Maldición,
maldición, maldición. ¿Qué se suponía que tenía que llevar? Se le ocurrió llamarle,
pero eso estaría mal. Pasados unos minutos, se decidió por un vestido veraniego
con un estampado de flores y se lo puso junto con unas sandalias de tacón bajo.
Aquello servía tanto para ir semi-elegante como informal a la vez.
Se
secó el pelo y se lo dejó suelto, se maquilló un poco, se puso unos pendientes
y una pulsera y decidió que así estaba bien.
Esta
noche iba a salir como Bella Swan y no como otra persona.
Mientras
iban pasando los minutos y esperaba a que Edward pasara a recogerla, le
divirtió comprobar lo nerviosa que estaba. En ocasiones dirigía la vista hacia
el teléfono deseando llamar a Rose o a Alice. Sinceramente, le sorprendía que
no la hubieran llamado o se hubieran presentado en su casa para exigir que les
contara todos los detalles sórdidos de la noche anterior.
Pero
bueno, quizá pensaran que todavía estaba con Edward y con Jacob.
Tal
vez debería seguir estando con ellos. ¿Se había equivocado al abandonarlos tan
deprisa?
No.
No había cometido un error. Hizo exactamente lo que quería hacer: pasar una
noche maravillosa con dos hombres increíbles, realizando una salida llena de
elegancia cuando aquello hubo terminado.
Sonó
el timbre y el corazón le dio un salto; la excitación disparó la adrenalina por
sus venas. ¡Aquí estaba Edward!
Se
alisó el vestido, abrió a puerta y lanzó un suspiro de sincera admiración
femenina.
Él
llevaba vaqueros y un polo azul oscuro desabrochado, que dejaba ver un trozo de
su pecho. Respiró e inspiró el olor a limpio a hombre recién duchado.
Maldición, aquel olor era siempre muy sexy.
—Hola
—lo saludó, apartándose para dejarlo entrar.
—Hola.
Estas estupenda. —Entró y la abrazó. Ella lo aceptó de buena gana, dándose cuenta
de lo mucho que lo había echado de menos en las pocas horas que habían estado separados.
Sus labios aprisionaron los suyos en un beso cálido y suave; su boca se movió
sobre la suya al tiempo que su lengua se abría paso. Ella se derritió entre sus
brazos. Era como una película romántica en la cual el héroe coge a la heroína
entre sus brazos y la besa hasta dejarla sin sentido.
Así
es como se sentía ella siempre que Edward estaba cerca: insensata.
Él
interrumpió el beso y se apartó.
—Creo
que es mejor que pare o no vamos a salir en toda la noche de aquí.
¿Y
eso sería tan malo?
—Si
insistes… ¿Dónde vamos?
—Si
no te importa, iremos otra vez al club; esta noche actúa una banda de música de
los años cincuenta y sesenta. Van a hacer perritos calientes, hamburguesas y
patatas fritas.
Comeremos
y bailaremos un poco.
—
¡Ah! Me gusta ésa época. Parece divertido.
—Me
alegro de que pienses así. —Le ofreció la mano, inclinó la cabeza y la obsequió
con su mejor imitación de Elvis—. Vamos a por el rock and roll, cariño.
Cuando
llegaron, el club estaba decididamente animado. Decorado como una fiesta de graduación
del instituto con serpentinas, globos y una banda que tocaba todas sus
canciones antiguas favoritas. Edward se hizo con perritos calientes y patatas
fritas para los dos y ambos se sentaron en una mesa, comiendo y riéndose de
algunos de los disfraces que llevaba la gente. El tema de la noche era
cualquier cosa, desde los vaqueros enrollados hasta el típico atuendo hippie.
Ella
pensó en cambiarse de ropa, pero Edward no se lo permitió. Le dijo que tenía un
aspecto relajado y sexy, y que le gustaba como le sentaba el vestido.
¿Cómo
iba a discutir con él después de que la piropeara así?
—
¿Tienes sed? —preguntó él.
—Sí.
—
¿Cerveza?
Ella
enarcó una ceja con expresión provocativa y jadeó burlonamente:
—
¿Cómo? ¿Nada de champán esta noche?
Él
se encogió de hombros.
—No
pega con los perritos calientes. Además, sinceramente, soy un tío de cervezas.
Aunque nunca desprecio un Don Periñon.
Ella
se estaba enamorando locamente de él.
—Uno
de los míos. Me encantaría tomar una.
Él
compuso una ancha sonrisa.
—Enseguida
vuelvo.
Desapareció
entre la multitud que abarrotaba el local. Bella no se podía creer la cantidad
de gente que había. Y eso que Edward le había dicho que esa clase de acontecimientos
siempre atraía a mucha gente.
—Me
imaginaba que te encontraría aquí.
Levantó
la vista de golpe al oír la voz de Jacob.
—
¡Jacob! ¿Qué haces tú aquí?
Él
enarcó una ceja y separó una silla.
—Soy
miembro del club.
—Oh.
Claro. No me acordaba. —El fuego de la vergüenza le ardió en la cara. Tenía la sensación
de haber sido sorprendida haciendo algo que no debía. Pero él sabía que ella
iba a salir con Edward aquella noche, de modo que, ¿por qué iba a sentirse
culpable?
—
¿Te diviertes?
Ella
cruzó las manos en el regazo y se obligó a alejar al demonio de la
culpabilidad.
—Hasta
ahora sí. Tenemos perritos calientes. Edward ha ido a buscar cerveza. —Y ella
se sentía afectada y nerviosa por su culpa. ¿Pero por qué?
—Bien.
Estás muy guapa. Con ese vestido se te ven unas piernas condenadamente sexys.
—Deslizó
los dedos por el bajo del vestido, rozándole ligeramente la piel y ella pegó un
salto.
¡Mierda!
¿Ahora qué se suponía que debía hacer? Su cuerpo se encendió bajo su contacto, su
coño respondió con la familiar punzada de deseo. Y lo reconoció como lo que
era: una respuesta meramente física. ¿Qué clase de mujer no reaccionaría a las
atenciones de Jacob? Era uno de los hombres más dinámicos e irresistibles que
había conocido en su vida. La clase de hombre que hacía que una mujer volviera
la cabeza. El tipo de los que hacían que una mujer se volviera dos veces. No,
tres. Y cuando un hombre como Jacob Black le prestaba atención a una, esa una
deseaba empezar a quitarse la ropa por él. Era así de carismático.
¡Pero
ella estaba en medio de una cita con Edward! Se suponía que no iba a verse con
Jacob aquella noche.
Ahora
había que convencer a su cuerpo, que respondía saltando de entusiasmo por estar
cerca de él.
Sin
embargo, cuando él empezó a deslizar los dedos por debajo de su vestido, ella
colocó la mano sobre la suya.
—Jacob,
me… parece que no es una buena idea.
Él
apartó la mano y se encogió de hombros.
—Si
tú lo dices. Pero no creo que a Edward le importara. Siempre estamos compartiendo.
Anoche
te compartimos a ti.
—Eso
fue anoche, amigo. Hoy sí que me importa.
Edward
estaba ante la mesa con dos cervezas en la mano y no parecía contento de ver a
su mejor amigo y socio.
Probablemente
Jacob tenía tazón. A Edward no debería importarle que Jacob apareciera aquella noche,
que deslizara la mano bajo el vestido de Bella y que la acariciara de una forma
que en condiciones normales le hubiera excitado sólo de verlo.
Pero
maldición… la verdad es que sí le importaba. Más de lo que deseaba. De hecho,
una intensa ira lo obligó a depositar cuidadosamente las botellas de cerveza en
la mesa y respirar hondo un par de veces, antes de decir o hacer algo que
causara un daño irreparable a su amistad o a su sociedad.
—No
lo dices en serio. —Jacob tenía una expresión de incredulidad en la cara que a
Edward le resultó cómica. ¿Reaccionaría igual Jacob si la situación fuera a la
inversa?
No.
A Jacob no le importaría. Jacob jamás creaba vínculos emocionales con las
mujeres. A Jacob no le preocupaba Bella. Y ahí es donde radicaba la diferencia.
Le gustara o no, a Edward sí que le importaba.
—Jacob,
vamos a hablar. Fuera.
—
¡Eh, vosotros dos! Lo siento si he causado algún…
—Tú
no has hecho nada, Bella —dijo Edward, manteniendo la atención fija en Jacob.
Jacob levantó una ceja.
—
¿Y yo sí? ¡Venga ya, hombre!
—Fuera,
Jacob. Ahora.
—Desde
luego —dijo, encogiéndose de hombros. Apartó la silla y miró a Bella—. Enseguida
vuelvo.
No, Jacob. No vas a volver.
El
sofocante calor del verano abofeteó a Edward en la cara en cuanto abrió la
puerta, lo cual no ayudó a aliviar su irritación. Se pasó los dedos por el pelo
y se volvió hacia Jacob en cuanto la puerta se cerró.
—Quiero
que dejes a Bella en paz.
Jacob
abrió mucho los ojos.
—
¿A qué viene eso? Anoche nos parecía bien a los dos divertirnos con ella.
—Eso
fue anoche.
—No
creo que seas tú quien deba tomar esa decisión, amigo. Es cosa de Bella.
La
parte racional de su cerebro ya lo sabía; una vocecita interior le indicaba que
la elección no estaba en sus manos. Pero ahora mismo no estaba pensando de
forma racional precisamente.
—Ella
me importa, Jacob.
—
¿Y crees que a mí no?
—
¿Por qué estás aquí esta noche?
Jacob
echó una ojeada al aparcamiento, volviendo la cabeza de un lado a otro. En
cualquier dirección con tal de no encontrarse con la mirada de Edward. Se
encogió de hombros y por fin lo miró.
—No
tenía otra cosa que hacer. Se me ocurrió pasarme a ver la fiesta.
—Sabías
que iba a traer a Bella aquí.
Jacob
puso los ojos en blanco.
—
¿Ahora resulta que soy vidente? ¿Cómo demonios se supone que iba a saber que
ibas a traerla aquí? ¿Debería haberte llamado antes de venir?
Mierda.
Jacob tenía razón. No sabía que Edward iba a estar esa noche allí con Bella.
—Esto
va a ser complicado.
Jacob
se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y se encogió de hombros.
—No
tiene por qué serlo.
—Puede
que para ti no. ¡Maldición, Jacob, no quiero que la veas!
—Pues
voy a hacerlo, si ella está de acuerdo. Lo siento Edward.
—Muy
bien. Pero si me encuentro por casualidad con vosotros cuando salgáis, no me
voy a entrometer en vuestra cita.
Jacob
asintió.
—Ahí
me has pillado. Lo siento, amigo. Me he pasado y no debería haberlo hecho. Te
veré en el trabajo, socio. —Le ofreció la mano y Edward la aceptó.
—Gracias.
Te veré en el trabajo.
Observó
como Jacob se marchaba y luego volvió a entrar. Bella parecía un ciervo deslumbrado
por las linternas al comienzo de la temporada de caza.
—Arreglado.
Se ha ido.
Ella
se volvió para mirarlo de frente.
—Lo
siento muchísimo. No sabía qué decir.
Él
acercó más la silla, encajando sus rodillas entre las piernas extendidas de
ella.
—Para
nosotros es complicado. Lo entiendo. Y Jacob también —dijo él, colocándole un mechón
de pelo suelto tras la oreja—. Si de mí dependiera te guardaría sólo para mí.
Ella
abrió mucho los ojos.
—
¿Sí?
—Sí.
¿Qué te parece?
Ella
se pellizcó el labio inferior con los dientes.
—No
lo sé. Este fin de semana ha sido una locura y no sé cómo reaccionar, Edward.
Todavía no puedo contestar a eso.
Él
se inclinó y presionó sus labios con los suyos.
—De
acuerdo. ¿Qué tal un baile?
Ella
ladeó la cabeza y sonrió de buena gana cuando empezaron a sonar los familiares acordes
de Unchained Melody.
—Están
tocando mi canción de amor favorita.
—En
ese caso mi sentido de la oportunidad es perfecto, ¿verdad? —Se levantó y le
ofreció la mano.
A
Bella le encantaba aquella canción. Edward la envolvió en sus brazos, y el
calor de su cuerpo eliminó toda la tensión de los momentos anteriores. No tenía
ni idea de lo que había sucedido entre Jacob y él ahí fuera, pero no parecía
estar enfadado, de modo que debían haberlo resuelto. En cualquier caso estaba
aliviada por no volver a encontrarse en el medio.
Ahora
podría disfrutar de su tiempo con un hombre. Del otro se preocuparía después. Y
este hombre en particular era un gran bailarín. La hizo evolucionar por la pista,
tumbándola, dándole vueltas, apretándola contra su cuerpo y dirigiéndola como
un experto.
—
¿Dónde aprendiste a bailar?
—Cuando
éramos niños, mi madre se empeñó en que tomáramos lecciones. En aquel entonces
las odiaba, pero ahora me doy cuenta de las ventajas.
Se
le agrandaron los ojos cuando él le presionó la parte baja de la espalda,
atrayéndola hacia su muslo.
—Eres
muy bueno en esto. Soy como cera en tus manos.
—
¿Eso significa que harás cualquier cosa que te pida?
—Depende
de lo que sea. ¿Tienes en mente algo en especial?
La
orquesta iba de una canción lenta a otra, de modo que continuaron bailando. Le
gustaba estar en brazos de Edward. De algún modo parecía… lo adecuado. Se
compenetraban perfectamente.
—Un
montón de cosas.
—
¿Por ejemplo?
—Para
empezar, pasar la noche contigo a solas. Eso me gustaría.
A
pesar de que la pista de baile estaba abarrotada y de que la gente chocaba
contra ellos por todas partes, a Bella le dio la sensación de que ellos dos
eran los únicos que había en la sala. Edward le hacía olvidar que estaban
rodeados de gente.
-—A
mí también.
—
¿Sabías que cuando estás excitada separas los labios y respiras por la boca?
Ella
enarcó una ceja.
—
¿Sí?
—Sí.
Y cuando estás pensando en algo o estás nerviosa, te muerdes el labio inferior.
—No
lo hago.
—Sí,
lo haces. Y me entran ganas de coger ese labio entre mis dientes y morderlo.
El
deseo se apoderó de su entrepierna y se le endurecieron los pezones. En ese
instante se dio cuenta de que tenía los labios separados y sonrió.
—Te
deseo, Bella.
La
inclinó sobre su brazo y luego la incorporó, permitiendo que su miembro
endurecido se insinuara entre sus piernas. Ella suspiró por la maravillosa
sensación. Entre su clítoris y la erección de él, no había más barrera que la
fina tela de sus bragas y la seda del vestido.
—En
ese caso, sácame de aquí y Fóllame —susurró ella.
En
menos de dos minutos estuvieron fuera del club. Edward salió del aparcamiento y
recorrió la calle principal batiendo casi todos los récords de velocidad en su
prisa por llegar a dondequiera que se dirigieran.
A
Bella le ardía el cuerpo de deseo, tanto que estuvo todo el viaje a punto de
sufrir un colapso. Después de la noche anterior debería estar saciada, pero no
era así en absoluto. Era como si una presa se hubiera reventado en su interior
inundándola de ansias de ser poseída.
Por
suerte, Edward no vivía lejos de la ciudad. Se detuvo frente a la entrada de su
impresionante casa, apagó el motor, y abrazó a Bella, devorándole la boca con
un beso apasionado. En cuanto lo interrumpió, ella se desabrochó el cinturón de
seguridad y echó mano del tirador de la puerta, con prisa por salir del coche.
No había tiempo para que rodeara el coche y le abriera educadamente la puerta.
Quería meterse en su casa y en sus pantalones.
Él
forcejeó a oscuras con las llaves, hasta que se le cayeron y ambos procuraron
contener la risa, como un par de críos intentando que no los pillaran
besuqueándose en la puerta de la calle.
Cuando
él consiguió por fin abrir, la empujó hacia dentro, cerró la puerta de un
golpe, la pegó contra ésta y le cubrió el cuerpo con el suyo.
Aparecieron
Sal y Pimienta saludando a su amo. Este los mando al patio trasero con una
orden de su mano.
—
¡Joder! No puedo esperar a estar dentro de ti —murmuró, manoseándole todo el
cuerpo.
Le
abarcó los pechos, arrancándole un gemido cuando su pulgar encontró la sensible
punta del pezón. Volvió a gemir cuando deslizó las manos por su cuerpo, por sus
caderas y por sus muslos, y las introdujo por debajo del vestido.
—No
te entretengas —jadeó contra sus labios—. Fóllame aquí mismo.
Él
le levantó la falda, buscó sus bragas y se las bajó por las piernas.
—
¡Mierda! —exclamó él contra su boca, agachándose para quitárselas.
Se
apartó de ella el tiempo justo para desabrocharse los vaqueros y bajárselos,
dejando libre el pene, hinchado y grueso. Se pasó el pulgar por el glande,
capturando el líquido nacarado y se lo puso en la boca.
—Chúpalo
—ordenó.
Ella
se apoderó del pulgar y saboreó la humedad, observando cómo se le oscurecían
los ojos cuando se lo puso entre los labios y lo succionó como si fuera un
pene.
—
¡Joder! —Le subió una pierna hasta su cadera, colocó la polla en la entrada de
su vagina y se introdujo en ella con fuerza. Ella lanzó un grito ante el placentero
dolor de su invasión.
Su
coño, húmedo y preparado para él, se adhirió a su miembro, oprimiéndolo y
pulsando a su alrededor, mientras él retrocedía y volvía a sumergirse, dándole exactamente
lo que ella llevaba ansiando desde que la abrazó en la pista de baile. Le fue
mordisqueando el pulgar para luego volver a succionarlo.
—
¡Oh, Bella, cuando haces eso me vuelves loco! Es como si me chuparas y me
follaras al mismo tiempo. —Le rodeó el trasero y se lo oprimió, sujetándola
contra la puerta al tiempo que se introducía en ella una y otra vez. Con cada
embestida su cuerpo le rozaba el clítoris, acercándola cada vez más al orgasmo.
Ella
se sacó el pulgar de la boca y atrajo su cabeza para besarlo, succionándole la
lengua como había hecho con el dedo. Él le castigó los labios mientras embestía
contra su coño.
Bella
estaba enloquecida de placer; necesitaba tanto ése torbellino de pasión como
parecía necesitarlo Edward. Jamás había sentido aquel salvaje impulso incontrolable,
sin embargo ahora deseaba causar estragos en Edward, marcarlo y hacerlo suyo de
una forma primitiva que era incapaz de explicar. Le desgarró la camisa y hundió
los dientes en la carne entre su cuello y su hombro.
Él
lanzó un gruñido e intensificó los embates de su polla, agarrándole el culo y
alzándola en el aire para embestir una y otra vez, hasta que ella levantó la
cabeza y buscó sus ojos, al sentir el estallido del orgasmo.
—Eso
es Bella, córrete —dijo él—. Córrete en mi polla, Bella.
Ella
mantuvo la mirada sobre la de él, clavándole las uñas en los hombros. Se le
llenaron los ojos de lágrimas cuando él se quedó inmóvil con la pelvis pegada a
la suya. La sensación en el clítoris fue su perdición; estalló en estridentes
oleadas de placer. Edward la miró y ella no pudo evitarlo. Gritó y se movió
contra él, estremeciéndose y sollozando presa de las incesantes sensaciones. Él
se apoderó de su boca y gimió, vaciándose en ella con un fuerte empujón final.
Él
la sostuvo así, aparentemente feliz de tenerla contra la puerta de la calle y
de soportar todo su peso.
—Debo
de pesar —murmuró ella contra su cuello.
—Muy
poco. —Sin embargo fue deslizando su cuerpo despacio, hacia el suelo, apoderándose
de su boca con un beso ardiente—. Lo siento. Ésta no ha sido la seducción lenta
y romántica que tenía en mente.
Ella
mostró una ancha sonrisa y le rodeó el cuello con los brazos.
—Olvídate
de eso. Te deseaba.
—Y
yo a ti. Todavía te deseo. —La cogió en brazos y la llevó por el pasillo hasta
el dormitorio, abriendo la doble puerta
entornada de una patada.
Encendió
la luz con el codo. Se trataba de su habitación, con muebles de madera blanca y
presidida por una cama de tamaño gigante. Sin embargo lo que le llamó la atención
fue la decoración.
—
¡Vaya, todos los muebles blancos
incluidos los postigos que daban una gran luminosidad, incluso a esa hora tan
tardia! ¡Me encanta! En la visita anterior no se había fijado en la decoración.
Ya
que había quedado deslumbrada con la magnitud de la cama y la presencia de los
dos hombres.
Sus
ojos recorrieron una seri de fotografías de Edward con fauna africana.
—Hace
unos años estuve en un safari. Me enamoré de África. Allí los animales son increíbles,
y la gente aún más.
—No
puedo ni imaginar tener una aventura así. Debe de haber sido alucinante.
—Lo
fue. Fui con un grupo de veterinarios en un programa de ayuda. Estuve tres
meses y fue una experiencia inolvidable.
—Me
gustaría poder hacer algo así algún día.
Él
sonrió de oreja a oreja.
—Podrás.
El mes que viene terminas la carrera y dentro de nada pondrás tu propia
clínica.
Podrás
hacer lo que desees.
Ella
se abrazó a sí misma.
—No
consigo imaginar siquiera una vida como ésa.
—El
mundo se abre ante ti, Bella —dijo él, colocándose a su espalda y pasándole los
brazos por la cintura. Su respiración le agitaba el pelo al hablar—. Puedes
tener cualquier cosa que sueñes.
Todo
aquello parecía irreal y lejos de su alcance.
—Cada
cosa en su momento. —Le resultaba difícil creer que iba a llegar tan lejos.
Y
también que estuviera en el dormitorio de Edward.
Él
la obligó a darse la vuelta.
—Puedes
hacer cualquier cosa, ser lo que quieras ser. Posees iniciativa y talento.
—Tienes
demasiada fe en mí.
Él
se encogió de hombros.
—Simplemente,
sé de lo que eres capaz.
Ella
presionó la palma de la mano contra su mejilla; le gustaba la textura áspera de
su barba.
—Gracias.
Para mí significa más de lo que podría llegar a explicarte. —Se puso de
puntillas, y acercó la cabeza de él a la suya para besarlo.
El
primer revoloteo de sus labios contra los suyos siempre la hacía contener la
respiración.
Era
tan delicado, tan perfecto, que se le contrajo el estómago. Nadie la había
besado nunca así, sólo con rozarle los labios.
Ni
siquiera Mike. Mike menos que nadie. Había sido una estúpida.
Y
jamás iba a volver a serlo. En esta ocasión tenía los ojos bien abiertos.
Hablando
en sentido figurado, claro, porque ahora mismo sus ojos estaban cerrados, y las
manos apoyadas en los pectorales de Edward. Los latidos de su corazón
retumbaban fuertes y acompasados contra su mano, mientras la besaba a fondo.
Ella se derritió como si estuviera hecha de mantequilla, recostándose contra su
cuerpo duro y esbelto.
Él
le pasó la mano por detrás y le desabrochó el vestido. Este cayó al suelo; el
suave deslizamiento de la seda por su cuerpo fue una tortura insoportable.
Todas y cada una de sus terminaciones nerviosas, todos sus sentidos, estaban
alertas y esperando sus caricias. Casi podía imaginarse en la selva con él,
rodeados de animales y árboles. Estarían en una tienda de campaña y él la
desnudaría y acariciaría lentamente cada centímetro de su piel, igual que
estaba haciendo en ese instante.
Cuando
le apartó el tirante del sujetador, la besó en el hombro. La sensación de la
tela por su piel hizo que se estremeciera de expectación.
—Fresas.
Hueles a fresas —murmuró él.
Ella
sonrió y mantuvo los ojos cerrados, concentrada en la caricia de sus labios a
lo largo de su cuello, su mandíbula y su boca, donde se entretuvo en pasar
rozando de una comisura a otra.
Al
tipo le gustaba besar. Y a ella le encantaba que perdiera el tiempo en
explorarle la boca, introduciéndole la lengua, acariciándola despacio y con
ternura, con la misma suavidad con la que solía acariciarle el cuerpo.
Edward
era capaz tanto de hacerle el amor con una intensidad salvaje, como de hacer
que su unión, dolorosamente lenta, diera testimonio de su habilidad como
amante. La levantó en brazos y la depositó sobre la cama, permaneciendo luego
de pie, a su lado mientras se desnudaba. Ella se puso de costado y observó cómo
iba descubriendo su cuerpo esbelto, impaciente por que volviera a tocarla.
Cuando se quitó los vaqueros, dejando al descubierto su miembro, ella sonrió y extendió
la mano.
—-Déjame
chuparla. —Se mordió el labio, esperando.
Él
la hacía ser osada y pedir en voz alta cosas con las que antes sólo fantaseaba.
¿Aceptaría él?
Él
entrecerró los párpados, de esa manera que a ella le parecía tan seductora, y
luego se subió lentamente en la cama y se arrodilló a su lado.
Se
cogió el pene y se lo acarició para ella.
¡Dios!
Aquello hizo que se le contrajera el coño y que la vagina empezara a segregar
el caliente flujo. Se puso una mano entre las piernas.
Igual
que en sus fantasías.
—
¡Oh, sí! —Dijo él, acercándole la cabeza—. Tócate para mí, nena. Me gusta
verlo.
Ella
quería hacerlo bien para él, enseñarle como lo hacía cuando estaba sola en la
oscuridad.
Apoyó
las plantas de los pies en la cama y se masajeó el sexo, hipnotizada por la
forma en que él se acariciaba a su vez. Él oprimió la punta, luego aferró el
miembro y empezó a acariciarse lentamente.
—Tengo
hambre —dijo ella, fingiendo un puchero—. Dame de comer.
—
¡Por Cristo, Bella! —Se acercó a ella y le deslizó el pene entre los labios.
Ella lo aceptó ávidamente en la boca, al tiempo que presionaba la mano contra
el clítoris.
Hacerle
una mamada mientras se masturbaba, era una experiencia embriagadora. Se le hinchó
el clítoris y le palpitó el coño. Se introdujo un dedo en la vagina, que lo
absorbió, contrayéndose en torno a él.
Edward
le estaba follando la boca, y ella elevó las caderas, imitando sus movimientos.
—Esto
es condenadamente erótico —dijo él.
Paseó
la mirada de su rostro a los movimientos de su mano. Ella estaba ya a punto de
tener otro orgasmo. Llegar hasta allí por sí misma siempre era fácil. La
verdad, le asombraba poder hacerlo en presencia de otra persona, pero, por
alguna razón, con Edward era sencillo. Él hacía que le resultara natural
enseñarle qué era lo que le daba placer. Porque él estaba más concentrado en el
placer de ella que en el propio.
—Córrete
para mí, Bella. Enséñame.
Retiró
la polla y la lanzó hacia delante, sujetándole la cabeza mientras se la
introducía en la boca. Ella se introdujo dos dedos en la vagina y utilizó la
otra mano para excitarse el clítoris.
Gimió
contra su miembro, muy cerca ya del final.
—Déjate
ir, Bella —susurró él—. Córrete. Hazlo por mí.
Ella
lo hizo. Edward apartó la polla de su boca justo cuando ella lanzaba un grito
triunfal. Las oleadas del éxtasis llegaron a ella con un orgasmo demoledor.
Edward se inclinó y absorbió el grito con sus labios, zambulléndole la lengua
en la boca.
Ella
seguía presa de las convulsiones del orgasmo, cuando él se colocó encima y la
penetró.
La
sensación de su vagina rodeándolo y contrayéndose con los efectos residuales de
su orgasmo, era como estar en el cielo. La apretó contra sí, asiendo sus
nalgas, mientras ella se agitaba por el efecto de una emoción que parecía que
no iba a terminar nunca.
Lo
rodeó con las piernas y se arqueó, sujetándose a él y besándolo.
Amándolo.
El
descubrimiento hizo que se le dilataran los ojos. Observó los de él,
completamente abiertos, y se sintió colmada al ver su emoción mientras le hacía
el amor.
Luego
cerró los ojos de golpe y envolvió a Edward en un abrazo, notando como se
estremecía y convulsionaba al correrse. Él la apretó fuertemente al llegar al
orgasmo, como si intentara fundirse con ella en una sola persona.
Dios,
le encantaba eso de él.
No.
No
podía, no quería pensar en el amor. Ahora no. Ni nunca.
Acababa
de empezar con él, estaba empezando a explorar su libertad. Aquello era sólo sexo.
Un sexo increíble y alucinante. Y estaba confundiendo orgasmo y emoción.
¿O
no?
¿O
se trataba de algo completamente distinto? El hecho era que con él se sentía a
gusto, que la llevaba a lugares en los que nunca había estado antes, tanto
física como emocionalmente.
Que
se preocupaba sinceramente por ella.
No.
No, no y no. No estaba preparada para aquello. Tenía una nueva vida por
delante.
Nuevas
aventuras que correr.
¿Cómo
podía estar enamorándose?
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Chikas a preparar los hielos para la tina, jajaja...
Krizia gracias a Dios que nos envías estas historias para partir la semana con una sonrisa en los labios
¡Te queremos!
Agradezcamos niñas, comenten....
7 comentarios:
Omg necesito una ducha fria est par es fuego y pasion bella no lo pienses tanto el es lo Que neceitas, krizia enamorada de esta historia, Pedro amiga piensa un poco en el calentamiento global estos capitulos no ayudan a disminuirlos jajajaajaa damaris
Krizia:
OMG! No puedo creerlo jajaja este capitulo es tan pero tan candenteeeee... jajaja
Y como ya saben, leccion aprendida nada de leerlo en el trabajo. Nuevo procedimiento:
1.Estar en casa
2.Leer el capitulo
3.Esperar que llegue mi esposo a casa jajajaja
Felicidades Krizia por este nuevo capitulo una muy buena adaptacion
Un fuerte abrazo!
May May
krizia uf!!! con el capitulo,antes de leer lo sabria que me tocaria ducha con agua fria y aun asi lo lei.... me encanta, por que no solo son los momentos candentes, me encanta la historia.... me encanto cuando Edward le dice a Jacob -eso fue anoche amigo, hoy si me importa- ai k lindo que este celoso, y ahora seguira una cita con Jacob??? jajja esto se pone muy bueno...jiji
gracias krizia por tu adaptacion y gracias coka por publicar.
Saludos
Maty
Oh Dios esto cada día mas candente, como dice Matty ya nada mas ver capitulo publicado de Perversas y sabes que necesitaras de una buena ducha fría o terminando de leer correr raptarte al marido y poner cartel en el cuarto de No Molestar habitación en Llamas jajajajaja pero a como disfrutamos de estos intensos capítulos.
Me encanto que para Edward esto ya no fue solo un juego sino que esta dispuesto a mas, digo después de ponerse celoso al ver a Jacob en su cita con Bella, uffff lo malo es que creo que Jacob quiere lo mismo...ahora habrá que ver que sucede en la cita con Jacob para que Bella pueda decidirse....eso si por lo pronto cuanto gozara la suertudota jejeje.... se pondrá muy emocionante ahora que ya no es un simple juego sino que comienzan a involucrarse sentimientos siiiiiiiiiiii
Gracias Krizia por tan buena adaptación y gracias Coka por publicarla...Mil Besos
Pero como no vamos a necesitar hielos,!!!
Y, ¿como no se va a enamorar de un HOMBRE asi? esa chica, no sabe lo que tiene... Pero que suerteeee,
Niñas, ¡¡pero como sois de malas,!!! nos habéis enganchado bien, ¡con este trió, jejeje,
F.P.
Que decir de este capitulo tan hot,increíblemente narrado y con todo lujo de detalles, ya empieza la lucha por el corazón de Bella,ya no es todo física si no que ya ambos empiezan a sentir por Bella ...que intriga... Besos.Maria del Mar
gracias Krizia por este capitulo, realmente me encanta tu narración erotica!!! COMO DESCRIBES CADA MOMENTO, CADA DETALLE ES SIMPLEMENTE ASOMBROSO! COMO NO DESEAR HACER EL AMOR CON EDWARD DE ESA MANERA???? BESOS!!!!
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